23 de mayo de 2015





EVITA

Yo no quise ni quiero nada para mí. Mi gloria es y será siempre el escudo de Perón y la bandera de mi pueblo, y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria, dijo Evita al pueblo en su último 17 de octubre (en 1951).

Sangra tanto el corazón del que pide, que hay que correr y dar, sin esperar.

Como mujer siento en el alma la cálida ternura del pueblo de donde vine y a quien me debo.

Donde existe una necesidad nace un derecho.

... Ahora si me preguntasen qué prefiero, mi respuesta no tardaría en salir de mí: me gusta más mi nombre de pueblo. Cuando un pibe me nombra Evita me siento madre de todos los pibes y de todos los débiles y humildes de mi tierra. Cuando un obrero me llama Evita me siento con gusto compañera de todos los hombres.

Nuestra Patria dejará de ser colonia, o la bandera flameará sobre sus ruinas.

Pongo junto al alma de mi pueblo, mi propia alma.

El capitalismo foráneo y sus sirvientes oligárquicos y entreguistas han podido comprobar que no hay fuerza capaz de doblegar a un pueblo que tiene conciencia de sus derechos.

Cuando elegí ser Evita sé que elegí el camino de mi pueblo. Ahora, a cuatro años de aquella elección, me resulta fácil demostrar que efectivamente fue así. Nadie sino el pueblo me llama Evita.
(Pueblo)

Sangra tanto el corazón del que pide, que hay que correr y dar, sin esperar.
(Dar)

El mundo será de los pueblos si los pueblos decidimos enardecernos en el fuego sagrado del fanatismo.
(Fanatismo)

De nada valdría un movimiento femenino en un mundo sin justicia social.
(Movimiento)

La mayoría de los hombres que rodeaban entonces a Perón creyeron que yo no era más que una simple aventurera. Mediocres al fin, ellos no habían sabido sentir como yo quemando mi alma, el fuego de Perón, su grandeza y su bondad, sus sueños y sus ideales. Ellos creyeron que yo calculaba con Perón, porque medían mi vida con la vara pequeña de sus almas.
(Mediocres)

Yo no quise ni quiero nada para mí. Mi gloria es y será siempre el escudo de perón y la bandera de mi pueblo. Y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria.
(Pueblo)

Como mujer siento en el alma la cálida ternura del pueblo de donde vine y a quien me debo.
(Pueblo)

Donde existe una necesidad nace un derecho.
(Derecho)

(..) Ahora si me preguntasen qué prefiero, mi respuesta no tardaría en salir de mí: me gusta más mi nombre de pueblo. Cuando un pibe me nombra Evita me siento madre de todos los pibes y de todos los débiles y humildes de mi tierra. Cuando un obrero me llama Evita me siento con gusto compañera de todos los hombres.
(Nombre)

Nuestra patria dejará de ser colonia, o la bandera flameará sobre sus ruinas.
(Patria)

Confieso que tengo una ambición, una sola y gran ambición personal: quisiera que el nombre de Evita figurase alguna vez en la historia de mi patria. Y me sentiría debidamente, sobradamente compensada si la nota terminase de esta manera: De aquella mujer sólo sabemos que el pueblo la llamaba, cariñosamente, Evita.
(Nombre)

Aparento vivir en un sopor permanente para que supongan que ignoro el final... Es mi fin en este mundo y en mi patria, pero no en la memoria de los míos. Ellos siempre me tendrán presente, por la simple razón de que siempre habrá injusticias y regresarán a mi recuerdo todos los tristes desamparados de esta querida tierra.
(Justicia)

El arma de los imperialismos es el hambre. Nosotros, los pueblos sabemos lo que es morir de hambre.

Ya no quiero explicarles nada de mi vida ni de mis obras. No quiero recibir ya ningún elogio. Me tienen
sin cuidado los odios y las alabanzas de los hombres que pertenecen a la raza de los explotadores.
Quiero revelar a los pueblos. Quiero incendiarlos con el fuego de mi corazón.

Muchas veces he tenido ante mis ojos, al mismo tiempo, como para compararlas frente a frente,
la miseria de las grandezas y las grandezas de la miseria.

Aquellas primeras grandes desilusiones me hicieron ver con claridad el camino. Perón no podía creer
en nada ni en nadie que fuese su pueblo.

Seré peronista hasta mi último día, porque la causa de Perón me glorifica y dándome la fecundidad de su vida, me prolongará en la eternidad de las obras que por él realizo y que seguirán viviendo como hijas mías, después que yo me vaya.

Yo no hago otras cosa que devolverles a los pobres lo que todos los demás les debemos porque se lo habíamos quitado injustamente. Yo soy nada más que un camino que eligió la justicia para cumplirse como debe cumplirse: inexorablemente.

...todo ha sido hecho para todas las almas del mundo que sientan, de cerca o de lejos que está por llegar un día nuevo para la humanidad: el día del Justicialismo.
…Solamente los fanáticos que son idealistas y son sectarios, no se entregan…
los fríos no mueren por una causa, sino de casualidad. Los fanáticos sí. , aquellos que piensen y que tengan la valentía de hablar en cualquier momento y en cualquier circunstancia que se presente porque el ideal vale más que la vida, mientras no se ha dado  todo por un ideal, no se ha dado nada. 
   ..Yo no comprendo por qué, en nombre de la religión y en nombre de Dios, puede predicarse la resignación frente a la injusticia…
…La religión no ha de ser jamás instrumento de opresión para los pueblos. Tiene que ser bandera de rebeldía …
   No tengo miedo de que los niños de mis hogares se acostumbren a vivir como ricos, con tal de que conserven el alma que trajeron: ¡alma de pobres, humildes y limpia, sencilla y alegre!
…el pueblo esta de pie, observa, vigila y hace de la lealtad su culto, su ley y su bandera. Lealtad que hace temblar la plaza histórica en la noche del rescate, lealtad que sólo pueden sentir los que quieren a la patria y no se venden al oro extranjero, lealtad de dos amigos que juntos forjaron el destino de la patria y el fervor del pueblo que los sigue, que siente que en su alma no cabe la traición, y cuando la sospecha pasa como sombra hay un solo grito: ¡La vida por Perón!.
Peronismo es la fe popular hecha movimiento en torno a una causa de esperanza que faltaba en la Patria.
….no digo que puede haber algún “oligarca” que haga alguna cosa buena, es difícil que eso ocurra pero si ocurriera creo que sería por equivocación. ¡Convendría avisarle que se está haciendo peronista!
  Quiero vivir eternamente con Perón y con mi pueblo. Dios me perdonará que yo prefiera quedarme con ellos porque el también está con los humildes y yo siempre he visto que en cada descamisado Dios me pedía un poco de amor que nunca le negué.
   Yo les contesto con Perón: el fanatismo es la sabiduría del espíritu. Que importa ser fanático en la compañía de los mártires y de los héroes.
Yo me vestí también con todos los honores de la gloria, de la vanidad y del poder. Me dejé engalanar con las mejores joyas de la tierra. Todos los países del mundo me rindieron sus homenajes, de alguna manera. Todo lo que me quiso brindar el círculo de los hombres en que me toca vivir, como mujer de un presidente extraordinario, lo acepté sonriendo, "prestando mi cara" para guardar mi corazón. Sonriendo, en medio de la farsa, conocí la verdad de todas sus mentiras.
Muchas veces he tenido ante mis ojos, al mismo tiempo, como para compararlas frente a frente, la miseria de las grandezas y las grandezas de la miseria.
Yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle, por eso no me deslumbró jamás la grandeza del poder y pude ver sus miserias. Por eso nunca me olvidé de las miserias de mi pueblo y pude ver sus grandezas.
Los pueblos de la tierra no sólo deben elegir al hombre que los conduzca: deben saber cuidarlo de los enemigos que tienen en las antesalas de todos los gobiernos. Yo cuidé por mi pueblo a Perón y los eché de sus antesalas, a veces con una sonrisa, y a veces también con las duras palabras de la verdad que dije de frente con toda la indignación de mi rebeldía.
Yo no me quedé jamás en la retaguardia de sus luchas. Estuve en la primera línea de combate; peleando los días cortos y las noches largas de mi afán, infinito como la sed de mi corazón, y cumplí dos tareas. ¡No sé cuál fue más digna de una vida pequeña como la mía, pero mi vida al fin! Una, pelear por los derechos de mi pueblo. La otra, cuidar las espaldas de Perón.
El fanatismo es la única fuerza que Dios le dejó al corazón para ganar sus batallas. Es la gran fuerza de los pueblos: la única que no poseen sus enemigos, porque ellos han suprimido del mundo todo lo que suene a corazón.
Los tibios, los indiferentes, las reservas mentales, los peronistas a medias, me dan asco. Me repugnan porque no tienen olor ni sabor. Frente al avance permanente e inexorable del día maravilloso de los pueblos también los hombres se dividen en los tres campos eternos del odio, de la indiferencia y del amor. Hay fanáticos del pueblo. Hay enemigos del pueblo. Y hay indiferentes. Estos pertenecen a la clase de hombre que Dante señaló ya en las puertas del infierno. Nunca se juegan por nada. Son como "los ángeles que no fueron ni fieles ni rebeldes".
Muchas veces, en estos años de mi vida, he pensado qué lejos estaban ciertos predicadores y apóstoles de la religión del corazón del pueblo... porque la frialdad y el egoísmo de sus almas no podía contagiar a nadie ni sembrar en las almas el ardor de la fe, que es fuego ardiente. Yo sé -y lo declaro con todas las fuerzas de mi espíritu- que los pueblos tienen sed de Dios. Y sé también como trabajan sacerdotes humildes en apagar aquella sed. Mi acusación no va dirigida contra éstos, sino contra quienes por egoísmo, por vanidad por soberbia, por interés o por cualquier otra razón indigna a la causa que dicen defender. Alejan a los pueblos de la verdad, cerrándoles el camino de Dios. Dios les exigirá algún día la cuenta precisa y meticulosa de sus traiciones con mucho más severidad que a quienes, con menos teología, pero con más amor, nos decidimos a darlo todo por el pueblo. Con toda el alma, con todo el corazón.
¿Sabrán mis "grasitas" todo lo que yo los quiero?
Si alguien me preguntase, en estos momentos difíciles y amargos de mi vida, cuál es mi deseo más ferviente y cuál mi voluntad más absoluta, yo les diría: vivir eternamente con Perón y con mi pueblo.
Quiero vivir eternamente con Perón y con mi Pueblo. Esta es mi voluntad absoluta y permanente y será también por lo tanto cuando llegue mi hora, la última voluntad de mi corazón. Donde esté Perón y donde estén mis descamisados allí estará siempre mi corazón para quererlos con todas las fuerzas de mi vida y con todo el fanatismo de mi alma.
Quiero que todos mis bienes queden a disposición de Perón como representante soberano y único del pueblo que todos mis bienes, que considero en gran parte patrimonio del pueblo y del movimiento peronista, que es del pueblo, y que todo lo que dé "La Razón de mi Vida" y "Mi Mensaje", sea considerado como propiedad absoluta de Perón y del pueblo argentino. Mientras viva Perón, él podrá hacer lo que quiera de todos mis bienes: venderlos, regalarlos e incluso quemarlos si quisiera, porque todo en mi vida le pertenece, todo es de él, empezando por mi propia vida que yo le entregué por amor y para siempre, de una manera absoluta. Pero después de Perón, el único heredero de mis bienes debe ser el pueblo y pido a los trabajadores y a las mujeres de mi pueblo que exijan por cualquier medio el cumplimiento inexorable de esta voluntad suprema de mi corazón que tanto los quiso.

La fiesta de los trabajadores argentinos se basa en la felicidad de los humildes que, nobles y bien nacidos, vienen a rendir homenaje al líder de todos los trabajadores del mundo.
En nuestra patria ya no existe la olla popular, ya no existe la desesperanza.
Prefiero ser Evita, antes de ser la esposa del Presidente, si ese Evita es dicho para calmar algún dolor en algún hogar de mi patria.
Después que uno esta perdido, no lo salvan ni los santos.
Es preciso dar a la propiedad un nuevo sentido, un sentido social, quitándose al vocablo y al concepto que denomina, su peligroso sentido egoísta. Y es preciso, en fin, devolver a los argentinos lo que no siempre ha sido y debe ser argentino.
He dicho antes y lo repito una vez más, que el problema de la niñez es un problema nacional, y que los pueblos (o los gobiernos) que renuncian a resolverlo renuncian al mismo tiempo al porvenir.
Yo me vestí también con todos los honores de la gloria, de la vanidad y del poder. Me dejé engalanar con las mejores joyas de la tierra. Todos los países del mundo me rindieron sus homenajes, de alguna manera. Todo lo que me quiso brindar el círculo de los hombres en que me toca vivir, como mujer de un presidente extraordinario, lo acepté sonriendo, "prestando mi cara" para guardar mi corazón. Sonriendo, en medio de la farsa, conocí la verdad de todas sus mentiras.
Yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle, por eso no me deslumbró jamás la grandeza del poder y pude ver sus miserias. Por eso nunca me olvidé de las miserias de mi pueblo y pude ver sus grandezas.
Muchas veces he tenido ante mis ojos, al mismo tiempo, como para compararlas frente a frente, la miseria de las grandezas y las grandezas de la miseria.
Sobre Perón: Un día me confesó que yo, su pequeña "giovinota" como solía llamarme, era la única compañía sincera y leal de su existencia.
Los pueblos de la tierra no sólo deben elegir al hombre que los conduzca: deben saber cuidarlo de los enemigos que tienen en las antesalas de todos los gobiernos.
"Descamisado". Este nombre, que quiso ser infamante, envolvió como una bandera la obra del general Perón y de sus fieles compañeros. "Descamisados" pasó a ser, así, sinónimo de victoria nacional.
El hogar es el centro sensible por excelencia del corazón de la Patria y el lugar específico para servirla y engrandecerla. Y la mujer es, a su vez, la piedra básica sobre la que se apoya el hogar. Como madre, como esposa y como hija.
Yo creo firmemente que, en verdad, existe una fuerza desconocida que prepara a los hombres y a las mujeres para el cumplimiento de la misión particular que cada uno debe realizar.
Cada uno debe empezar a dar de sí todo lo que pueda dar, y aún más. Solo así construiremos la Argentina que deseamos, no para nosotros, sino para los que vendrán después, para nuestros hijos, para los argentinos de mañana.
La patria no es patrimonio de ninguna fuerza. La patria es el pueblo y nada puede sobreponerse al pueblo sin que corran peligro la libertad y la justicia. Las fuerzas armadas sirven a la patria sirviendo al pueblo.
El mundo será de los pueblos si los pueblos decidimos enardecernos en el fuego sagrado del fanatismo.
Como mujer siento en el alma la cálida ternura del pueblo de donde vine y a quien me debo.
Solamente los fanáticos -que son idealistas y son sectarios- no se entregan. Los fríos no mueren por una causa, sino de casualidad. Los fanáticos sí. Me gustan los fanáticos y todos los fanatismos de la historia.
Todo aquello que en nuestras costumbres pueda destacarse es cristiano. De norte a sur, de este a oeste, empresas guerreras, empresas políticas, empresas espirituales, han sido urdidas y asentadas sobre la cruz, como cuadra a una raza templada en el ejercicio de las mejores virtudes. Vivo o escondido, el sentimiento de lo religioso ha prevalecido en suprema instancia, sobre todo otro nocivo reflejo de ética no argentina.
Hemos dicho la verdad en cuanto hemos hablado sobre la tradicional fe católica. Y hemos mentido o nos hemos equivocado en cuanto hemos construido sobre el ateismo extranjerizante, filtrado en nuestra legislación o instalado por sorpresa sobre nuestras instituciones básica, entre ellas, la de la educación. De tal modo que cuando hablamos del hogar argentino y de la mujer, como símbolo de ese hogar, estamos hablando de la mujer cristiana y del hogar asentado sobre esta base de sólida moral tradicional.
De hecho, para legitimar nuestra aspiración de que toda mujer vote, podríamos agregar que toda mujer debe votar conforme su sentido religioso, vale decir ajustándose a una clara y alta medida de su deber de madre, de esposa o de hija, para con los seres que conviven junto a ella, dentro de un cuadro de cristiana equidad, de estricta justicia, de limpia aspiración de mejoramiento espiritual, de generoso impulso solidario, de atento y minucioso ordenamiento mental. La mujer que es la responsable de la educación familiar y el eje de una estructura hogareña orientada en los sanos y eternos principios del cristianismo, no podrá equivocarse jamás ante las urnas, donde está el destino ulterior de la patria. La mujer que esté dando en su voto el matiz de su honradez de conciencia, no podrá equivocarse en su designio político, si viene de un hogar sometido a la inflexible ley moral de Cristo.
De nada valen la injuria, la ineptitud disfrazada de crítica mordaz y la ya envejecida técnica de ataque de los hombres sin Dios. En el seno de la familia no cabe el instinto ni la barbarie, sino la cruz bajo la cual nos engendraron.
La misión sagrada que tiene la mujer no sólo consiste en dar hijos a la Patria, sino hombres a la Humanidad. Hombres en el sentido cabal y caballeresco de la hombría, que es cuna del sacrificio cotidiano para soportar las contrariedades de la vida y base del valor que inspira los actos sublimes del heroísmo cuando la Patria lo reclama. Hombres formados en las costumbres cristianas que han hecho fuerte a nuestra estirpe y sensibles a la emoción de nuestros criollísimos sentimientos. Hombres austeros, que forjen su vida al calor del hogar, donde siempre palpita un corazón de mujer.
El hogar es el centro sensible por excelencia del corazón de la patria y el lugar específico para servirla y engrandecerla.
La mujer es la piedra básica sobre la que se apoya el hogar. Como madre, como esposa y como hija.
Si a la mujer no se le ha dado el señorío de la fuerza física, se le ha dado el imperio del amor. Y sabemos las mujeres, sin necesidad de sutiles raciocinios, que sólo en el hogar y en el matrimonio indisoluble puede el amor alcanzar toda su expansión. Sabemos las mujeres que la decadencia del amor, sin duda alguna es una de las decadencias más grandes que ahora padece, es el resultado inmediato de la paganización de la familia y de la desarticulación del hogar.
Tengo dos distinciones: el amor de los humildes y el odio de los oligarcas.
Perón me ha enseñado que lo que yo hago a favor de los humildes de mi Patria no es más que justicia. No es filantropía, ni es caridad, ni es limosna, ni es solidaridad, ni es beneficencia. Ni siquiera es ayuda social, aunque por darle un nombre aproximado yo le he puesto ese. Para mí es estrictamente justicia. Lo que más me indignaba al principio de la ayuda social, era que la calificasen de limosna o beneficencia.
La fuerza suele tentar a los hombres, igual que el dinero.
El peronismo no puede confundirse con el capitalismo, con el que no tiene ningún punto de contacto. Eso es lo que vio Perón, desde el primer momento. Toda su lucha se puede reducir a esto: en el campo social, lucha contra la explotación capitalista
Quiero demasiado a los descamisados, a las mujeres, a los trabajadores de mi pueblo, y por extensión quiero demasiado a todos los pueblos del mundo, explotados y condenados a muerte por los imperialismos y los privilegiados de la tierra. Me duele demasiado el dolor de los pobres, de los humildes, el gran dolor de tanta humanidad sin sol y sin cielo como para que pueda callar.
Los dirigentes del pueblo tienen que ser fanáticos del pueblo. Si no, se marean en la altura y no regresan. Yo los he visto también con el mareo de las cumbres.
El fanatismo que convierte a la vida en un morir permanente y heroico es el único camino que tiene la vida para vencer a la muerte. Por eso soy fanática. Daría mi vida por Perón y por el pueblo. Porque estoy segura que solamente dándola me ganaré el derecho de vivir con ellos por toda la eternidad.
En la hora de los pueblos lo único compatible con la felicidad de los hombres será la existencia de naciones justas, soberanas y libres, como quiere la doctrina de Perón.
Frente a la explotación inicua y execrable, todo es poco. Y cualquier cosa es importante para vencer.
Yo los he visto marearse por las alturas. Dirigentes obreros entregados a los amos de la oligarquía por una sonrisa, por un banquete o por unas monedas. Los denuncio como traidores entre la inmensa masa de trabajadores de mi pueblo y de todos los pueblos. Hay que cuidarse de ellos: son los peores enemigos del pueblo porque han renegado de nuestra raza. Sufrieron con nosotros pero se olvidaron de nuestro dolor para gozar la vida sonriente que nosotros les dimos otorgándoles una jerarquía sindical. Conocieron el mundo de la mentira, de la riqueza, de la vanidad y en vez de pelear ante ellos por nosotros, por nuestra dura y amarga verdad, se entregaron. No volverán jamás, pero si alguna vez volviesen habría que sellarles la frente con el signo infamante de la traición.
Yo soy y me siento cristiana. Soy católica, pero no comprendo que la religión de Cristo sea compatible con la oligarquía y el privilegio.
Muchas veces, para desgracia de la fe, el clero ha servido a los políticos enemigos del pueblo predicando una estúpida resignación... que no sé todavía cómo puede conciliarse con la dignidad humana ni con la sed de Justicia cuya bienaventuranza se canta en el Evangelio.
Yo vivo con mi corazón pegado al corazón de mi pueblo y conozco por eso todos sus latidos.
El amor es darse, y darse es dar la propia vida. Mientras no se da la propia vida, cualquier cosa que uno dé es justicia. Cuando se empieza a dar la propia vida, entonces recién se está haciendo una obra de amor.
Me emociona la gratitud de los niños como ninguna otra cosa.
Unos pocos días del año represento el papel de Eva Perón. La inmensa mayoría de los días soy, en cambio, Evita.
HISTORIA DEL PERONISMO

No hay comentarios: