17 de octubre de 2017

Diálogo con el sociólogo británico Daniel Ozarow sobre el kirchnerismo y el macrismo
“Estamos viendo una vuelta a los 90
Por Marcelo Justo
Dedicado desde 2003 a estudiar la Argentina, Ozarow vincula al kirchnerismo y al macrismo con la crisis de 2001, analiza el actual achicamiento del Estado y su impacto sobre los sectores sociales vulnerables, y reflexiona sobre el escenario electoral.
Ozarow observa “una brecha intergeneracional entre votantes”, tanto en Argentina como en el Reino Unido.
PáginaI12 En Gran Bretaña
Desde Londres
Daniel Ozarow es catedrático de la Universidad de Middlesex en el Reino Unido y coeditor del libro De la crisis de 2001 al kirchnerismo: cambios y continuidades (Prometeo). En los últimos dos meses cobró particular preeminencia por su papel como secretario de la Argentina Solidarity Campaign y las protestas en el Reino Unido para reclamar la aparición con vida de Santiago Maldonado. En impecable castellano analizó con PáginaI12 la coyuntura previa a las elecciones del 22 de octubre, los logros y limitaciones del kirchnerismo, el futuro del proyecto macrista y los paralelos entre el Reino Unido y nuestro país.
–¿Por qué se interesó en Argentina?
–La primera vez que pisé tierra argentina fue en 2003, cuando trabajaba como voluntario con una ONG británica. Me mandaron a la Villa 31 en Buenos Aires y me encontré con gente muy simpática y trabajadora que siempre había vivido en condiciones de profunda pobreza. Pero también trabajé con gente de clase media que había sufrido una caída económica, social y psicológica terrible. Me impresionó muchísimo la resiliencia, la creatividad y la solidaridad con la que los argentinos respondieron a la crisis para salir del infierno, sea a través de los movimientos populares como las asambleas barriales, clubes de trueque o empresas recuperadas por sus trabajadores. Siempre me preguntaba ¿qué haríamos nosotros en Europa si nos tocase una crisis de la misma magnitud?
–El libro que coeditó busca analizar el paso de la crisis de 2001 al kirchnerismo. ¿Como ve el presente a la luz de ese libro?
–El punto de partida del libro es la Plaza de Mayo, los espacios públicos y las calles donde surgió el grito de “Que se vayan todos”. De ahí exploramos el legado de todo eso y las respuestas a la crisis social en los ámbitos políticos, económicos, culturales, de la ciudadanía y de los movimientos sociales. En gran medida, el proyecto kirchnerista fue darles voz a los que la estaban reclamando en las calles durante aquellos tiempos extraordinarios. Y lo lograron con bastante éxito porque después de doce años con el Plan Jefes y Jefas del Hogar, el Plan Manos a la Obra para microemprendimientos, el Trabajar para cooperativas, el Conectar Igualdad para que los niños tengan acceso a internet y a la información, y la Asignación Universal por Hijo, impulsaron políticas de inclusión social que llegaron a 8 millones de personas. Si bien ahora estas políticas quedaron como naturalizadas, la realidad es que desde la época del primer peronismo no se había conseguido algo igual. La gran diferencia ahora es que estos planes se dan en un contexto de ajuste, austeridad y agudos recortes al gasto público. Por eso en realidad no se diferencian de las políticas neoliberales tradicionales que siempre focalizan las transferencias a los sectores con menos ingresos como método eficaz de contención social, mientras, al mismo tiempo, aplastan a esos mismos sectores con el achicamiento del Estado. En este sentido estamos viendo una vuelta a los años 90.
–Estamos hablando de momentos muy diferentes en términos de percepción colectiva. Si uno además le suma que son más de 25 años entre los 90 y el presente, hablamos de un fenómeno generacional. ¿Cómo ha seguido usted todo este fenómeno?
–Entre 2007 y 2016 volví a Argentina varias veces para entrevistar a la gente sobre su trayectoria laboral y económica desde 2001. Y lo que vi fue una transformación muy profunda. Le doy cuatro ejemplos. Primero, una gran democratización en varios ámbitos, desde la expansión de canales de participación política ciudadana en las municipalidades, a la democratización económica a través del uso del presupuesto participativo y el movimiento de empresas recuperadas por sus trabajadores. Segundo, un gran cambio en la generación de jóvenes que vivía el 2001. Si bien hoy en día miran la “política” de los cargos públicos con cierto cinismo, tienen muchísima confianza en su capacidad de autogestión, de organizarse para unirse para hacer los cambios sociales que buscan. La tercera huella que la rebelión de 2001 dejó es dentro de los mismos movimientos sociales, sindicales y en la sociedad civil. Tan fuertemente incrustadas fueron los nuevos valores del horizontalismo, democracia directa, organización barrial y decisión por asamblea que hoy en día es impensable ver ninguna campaña ciudadana que no se caracteriza por esos rasgos. Y la cuarta huella obviamente se nota en el nivel de la “alta política”. Para mí, si no fuera por la rebelión de 2001, no existirían ni el kirchnerismo, ni el macrismo. El kirchnerismo, porque Argentina no se encontraba frente una situación revolucionaria en 2001, pero a pesar de ello el peronismo se tuvo que reconstituir para salvarse como fuerza política después del menemismo y para salvar al mismo sistema de democracia representativa que se había agotado y que necesitaba una fuerza política reformista enganchada al sistema. Pero también la victoria del presidente Macri fue –de manera paradójica– producto del legado de la rebelión. Por las entrevistas que realicé, el desdén hacia la clase política nacional y la corrupción que sienten grandes sectores de la población contribuyó a que muchos vieran a Macri como “alguien con una inmensa riqueza familiar que era incorruptible” y también a “un empresario que hace política, y no un político que genera corrupción”. Hoy en día algunos de mis entrevistados lamentan su decisión. Para ellos, la revelación de su rol en los Panamá Papers y el escándalo del Correo Argentino son ejemplos de que esto no era así. La historia nos mostrará si el Presidente actual paga un precio político o no.
–¿Cómo ve las elecciones del 22 de octubre?
–Me parece que las elecciones van a estar marcadas por una inercia, con lo que es probable que veamos una pequeña consolidación de la posición de Cambiemos en el Congreso. Esto es absolutamente extraordinario dado el contexto de acontecimientos económicos y políticos de los últimos dos años. Macri ha presidido la peor recesión económica con fuertes aumentos en el desempleo, la pobreza, el costo de vida desde 2002 y el mayor endeudamiento nacional de todos los tiempos. Ha roto una gran cantidad de las promesas que hizo durante la campaña electoral en 2015 y Cambiemos está fallando en los propios términos que ellos establecieron como indicadores de éxito. Además, ha estado plagado de escándalos y corrupción. Los Panamá Papers y el escándalo de Correo Argentino son algunos de los tanto ejemplos. Y además el Gobierno se enfrenta a la condena mundial por su papel en la desaparición forzada de Santiago Maldonado, tanto en los medios de comunicación internacionales como en las protestas en todo el mundo y la condena de la ONU, Amnistía Internacional y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Y, sin embargo, una parte importante de la población seguirá votando por ellos, ya sea como el mal menor o porque siguen ciegamente a los medios de comunicación y parecen convencidos de que, paradójicamente, el mismo modelo económico de ajuste que ha fracasado tantas veces en Argentina esta vez traerá de modo milagroso la prosperidad. Muchos de nosotros, en la ciencia política y sociológica, estamos preguntándonos qué tiene que pasar para que haya un cambio electoral significativo en una sociedad altamente polarizada como la argentina. Me da miedo decirlo, pero mi propia conclusión es que sólo con una crisis de la escala del 2001 los argentinos que continúan votando por Cambiemos podrían empezar a cambiar su comportamiento electoral. Muchos de mis entrevistados me han dicho que “los argentinos sólo responden cuando les tocan sus propios bolsillos”. Esto solía molestarme, porque creo que algo así como la mitad de la población vota no sólo por sí mismos, sino también por lo que perciben como una sociedad más justa. Pero es curioso que haya un alto porcentaje de gente que ni siquiera vote por sí misma, sino más bien contra su propio interés. Es una situación muy preocupante.
–Uno de sus motivos para coeditar el libro fue entender mejor a Europa y el Reino Unido a través de Argentina. ¿Ve alguna similitud entre lo que pasa en Argentina y el Reino Unido?
–Estoy haciendo algunas investigaciones con Eduardo Chávez Molina en el Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA sobre las pautas de votación comparativa entre las elecciones presidenciales de 2015 en la Argentina y las elecciones generales de 2017 aquí en el Reino Unido. Hemos observado que hay patrones notablemente similares, especialmente con respecto a la brecha intergeneracional entre votantes jóvenes y mayores. Los jóvenes y los menores de 40 años están más atraídos por los mensajes de esperanza e igualdad defendidos por Cristina Kirchner y Jeremy Corbyn y los votantes más viejos se inclinan hacia Mauricio Macri y Theresa May. Esta diferencia es mayor ahora que en ninguna otra época y creo que también será un factor para decidir el resultado el 22 de octubre.
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