Los presos de Campo de Mayo se reunieron con generales
Los genocidas le siguen reclamando a Milei que los deje en libertad
Christian Von Wernich, Juan Amelong, Mario Sandoval se autodefinen "muertos vivos" mientras hacen lobby para volver a sus casas. “Los ciudadanos que defendieron esa libertad siguen secuestrados por la justicia y próximos a morir por la libertad que usted pregona”, le escribieron al Presidente los condenados por crímenes de lesa humanidad.
Luciana Bertoia
Los genocidas presos en Campo de Mayo se presentan a sí mismos como los “Muertos Vivos”. Tienen una cuenta de X en la que, desde julio, publican algunas de sus proclamas. El 17 de septiembre anunciaron con bombos y platillos que se habían reunido con generales en la Unidad 34 de Campo de Mayo en lo que sería un primer paso de apoyo institucional para que recuperen la libertad. Si bien en ámbitos castrenses le restan importancia al encuentro, el episodio demuestra que los criminales de lesa humanidad no cejan en su reclamo al gobierno de Javier Milei y Victoria Villarruel: quieren volver a sus casas. “Es hora que quien preside la Nación tenga la valentía de honrar la verdadera historia, enfrentar a los terroristas de hoy en día y unir a los argentinos en pos de la libertad”, escribieron.
Los represores que están en las cárceles son cada vez menos. Según la Procuraduría de Crímenes Contra la Humanidad (PCCH), hay 630 detenidos por crímenes cometidos durante los años del terrorismo de Estado. Solo 129 de ellos están en unidades penitenciarias. Sesenta y seis son los que se encuentran alojados en Campo de Mayo. Entre ellos, el excapellán de la policía bonaerense Christian Federico Von Wernich, Juan Daniel Amelong –a quien Villarruel presentó como una víctima del proceso judicial en el debate con Agustín Rossi–, Mario Sandoval –el integrante de la Policía Federal Argentina (PFA) condenado por crímenes en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) –o Athos Renés, el suegro de Claudio Pasqualini, número dos de Luis Petri en el Ministerio de Defensa.
Algunos de ellos conformaron en julio un grupo de lobby llamado los “Muertos Vivos” para que en las filas libertarias no se olvidaran de ellos y de su intención de salir de la cárcel –una cárcel VIP que incluye canchas de tenis. Como informó este diario, los “Muertos Vivos” habían lanzado una convocatoria para hacer un acto durante este mes en la principal guarnición militar del país. Pretendían que fuera un recordatorio para la política y para la justicia que ellos estaban aún ahí.
Doce días atrás,los “Muertos Vivos” anunciaron que los habían visitado las autoridades del Foro de Generales, los presidentes de diversas comisiones y de otras asociaciones para solidarizarse con ellos que están “secuestrados en las cárceles federales por disposición de la justicia federal y bajo el silencio de los gobiernos de turno”.
Los presos de Campo de Mayo no esconden su desazón con Milei, especialmente después de que salió a desmarcarse de la visita de seis diputados oficialistas al penal de Ezeiza, donde cinco de ellos se fotografiaron junto a Alfredo Astiz, Antonio Pernías y otros de los represores de la última dictadura. En ese momento, el Presidente dijo que el tema no estaba en su agenda y dio a entender que era una movida de Villarruel, con quien mantiene algo más que una guerra fría. “Los ciudadanos que defendieron esa libertad siguen secuestrados por la justicia y próximos a morir por la libertad que usted pregona”, le enrostraron a Milei.
Los “Muertos Vivos” quieren mostrar que no están solos. “Los generales presentes aseguraron que éste es el inicio de una ronda de convocatorias a las autoridades de otras Fuerzas Armadas, fuerzas de seguridad, policiales y penitenciarias para brindar el apoyo humanitario, social e institucional a sus camaradas privados de libertad”, escribieron.
Página/12 se comunicó con el presidente del Foro de Generales Retirados, José Luis Figueroa, quien confirmó que estuvo en la Unidad 34 de Campo de Mayo. Sin embargo, negó que haya sido un acto. Dijo que se trató de una reunión de “camaradería” por el Día de la Infantería en la que hubo sanguchitos y algún que otro brindis sin alcohol. “Fue un acto de camaradería. Es lo más normal ir a visitar al que está en problemas”, respondió Figueroa.
Por el momento, ninguna organización castrense levantó el guante que arrojaron los presos de la Unidad 34. El escándalo que provocó la foto de los diputados libertarios con los represores de la última dictadura no es un buen antecedente, pese a que los legisladores están, por ahora, indemnes.
Una de las firmantes frecuentes de esas cartas es Lucrecia Astiz, hermana de Alfredo Astiz, el exmarino que tiene dos condenas a prisión perpetua por crímenes cometidos en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Esta semana, la mujer reincidió en el género epistolar para defender a su hermano.
Lucrecia Astiz no se refiere esta vez directamente al gobierno sino a la “sociedad en general” ante lo que considera el abandono. “No le importa que los que lucharon para que se pudiera vivir en paz estén presos institucionalmente”, escribió en una nota enviada al diario La Nación.
Según su hermana, el único pecado de Astiz fue haber sido enviado por sus superiores a Europa para hacer trabajo de inteligencia –léase, infiltrarse– entre los que ella llama “terroristas” que estaban preparándose para volver. Olvida señalar que su hermano también se infiltró en el movimiento de derechos humanos: señaló a tres Madres de Plaza de Mayo, dos monjas francesas y otros siete militantes que se reunían en la Iglesia de la Santa Cruz que terminaron en la ESMA y después arrojados vivos al mar. “Tanto ellos como Madres crearon un ícono para vengarse, ese ícono fue mi hermano”, escribió.
La carta de Lucrecia Astiz tuvo escasa circulación: la compartieron desde las redes de Justicia y Concordia –que agrupa a abogados que intervienen como defensores en causas de lesa humanidad, incluidos los letrados que compartían chats con diputados de LLA y el cura Javier Olivera Ravasi– y la Asociación de Familiares y Amigos de Presos Políticos de Argentina (AFyAPPA), el grupo que lidera Cecilia Pando.
Desde AFyAPPA calificaron la carta de Lucrecia Astiz como “excelente”. Cuando se cumplió un mes de que estalló el escándalo por la visita a los genocidas, Pando hizo circular un video en el que atacaba directamente a Lourdes Arrieta –la diputada que se arrepintió por la ida a Ezeiza, reveló chats que daban cuenta de un plan de impunidad en marcha y denunció ante la justicia federal a algunos de sus compañeros de bancada. Pando le recriminó que hubiera ido a una sesión con el Nunca Más bajo el brazo y se preguntó por qué no había llevado Los otros muertos, el libro escrito por Carlos Manfroni –jefe de gabinete de Patricia Bullrich en el Ministerio de Seguridad– y “su” vicepresidenta, Villarruel.
Pagina 12
14 de junio de 2022
Durante la última dictadura fue confinada junto a sus hermanos en el Hogar Casa de Belén, donde sufrió todo tipo de abusos
María Ramírez: De las cenizas volví para decir ´Nunca Más´”
Su madre desapareció. Su padre estaba en la cárcel. Ella y sus hermanos fueron llevados a un hogar de menores donde los apropiaron. La historia de los abusos y de cómo pudo reconstruir su vida. El juicio que se está realizando en La Plata. La complicidad del Poder Judicial y la Iglesia.
Victoria Ginzberg
Vicenta Orrego les dio a sus tres hijos un largo y fuerte abrazo y les dijo: “Los quiero muchísimo, cuídense entre ustedes”. Luego, puso un colchón en la ventana y empezó a sacar a los chicos. Mariano Alejandro, de dos años, María Ester, de cuatro, y Carlos Ramírez, de cinco años, siguieron escuchando disparos. El 14 de marzo de 1977 Vicenta les salvó la vida pero no pudo salvarlos del infierno que vivirían durante otros siete años, más de dos mil días, encerrados en el Hogar Casa de Belén. “Nos levantaban a la mañana con agua fría, nos bañaban con agua helada, nos torturaban, nos daban órdenes, palos, represión, sufrimos violaciones sexuales. Todo porque no querían que saliéramos como nuestros padres. Entramos en su plan de destrucción”, cuenta María.
Antes de Belén
“Cuando las fuerzas tiroteaban la casa, Carlos corrió detrás de nuestro perro, que se había escondido detrás de la heladera. Yo pegué un grito porque pensaba que lo mataban, había muchas balas. Todo fue muy rápido, habían venido para matarnos a todos. Cuando salimos, las balas seguían entrando. No vi a mi madre muerta aunque escuchaba que seguían tirando. No lo he superado. Estuve traumatizada, es inmenso lo que he pasado. Ella nos salvó y después llegamos a la Casa de Belén, en Banfield. Ahí aprendí a dividir mi cuerpo y mi alma”. María Ramírez hizo un relato detallado de su historia cuando declaró ante el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata y también habló con Página/12 de sus recuerdos. Vive en Suecia, donde su padre llevó a sus hijos cuando pudo reencontrarse con ellos.
Julio Ramírez es paraguayo, desde antes del golpe de Estado de 1976 estaba preso en la cárcel de La Plata y fue expulsado del país en 1981. “A partir de 1977 me dediqué a investigar el destino de mi señora y mis hijos. Escribí a la jueza de menores de Lomas de Zamora Marta Pons, que se negó rotundamente a darme información. Después, tuve la ayuda de la ACNUR (el organismo de Naciones Unidas para los refugiados), la Cruz Roja, Amnistía Internacional y de Emilio Mignone (fundador del CELS). Recién en octubre de 1983 la jueza me dio permiso para visitarlos en la Casa de Belén y pude volver a Suecia con ellos”, narró cuando declaró por videoconferencia.
El caso de los hermanos Ramírez deja expuestas un sinfín de aristas del terrorismo de Estado: la complicidad del Poder Judicial, en la figura de la jueza Marta Pons (ahora fallecida pero multidenunciada por las Abuelas de Plaza de Mayo por su conducta con menores durante la última dictadura) y los integrantes de su juzgado, la complicidad de la Iglesia, que estaba vinculada con el Hogar Casa de Belén, los asesinatos, desapariciones, secuestros y torturas, la cárcel, el silencio de muchos y el padecimiento de los niños, con quienes personas con mucho o poco poder se ensañaban y sometían porque podían, porque eran hijos de “subversivos”.
El juicio
Actualmente, nueve personas están siendo juzgadas por la desaparición de Vicenta y el asesinato de María Florencia Ruival y José Luis Alvarenga, dos militantes de Montoneros que alojaba en su casa, y por los crímenes cometidos contra los tres menores. Los acusados son el exministro de Gobierno bonaerense Jaime Smart y el ex director de Investigaciones de la Policía Bonaerense, Miguel Etchecolatz, el ex jefe del centro clandestino de detención Pozo de Banfield, Miguel Wolk, y cino exmiembros de la policía bonaerense que eran integrantes de la Brigada de Investigaciones de Lanús: Roberto Guillermo Catinari, Héctor Raúl Francescangeli, Armando Antonio Calabro, José Augusto López y Rubén Carlos Chavez. Por el caso de los chicos, la única imputada --por la sustracción, retención y ocultamiento de los niños y la niña-- es la ex secretaria del tribunal de menores de Lomas de Zamora Nora Susana Pellicer.
Ninguno de los autores directos de los abusos a los hermanos Ramírez está en el banquillo ya que algunos de ellos murieron y otros fueron apartados por problemas de salud. Ese es el caso de Manuel Maciel (fallecido), Dominga Vera (apartada) que fueron los encargados del lugar, y el ex padrino del Hogar, Juan Carlos Milone (apartado). “Dicen que Manuel está muerto pero yo desconfío. Lo dije en mi declaración, quiero pruebas, que le hagan un ADN, porque desconfío de todo lo que han hecho”, dice María a Página/12.
Durante el juicio, los hermanos Ramírez tuvieron acceso a testimonios que les permitieron reconstruir parte de lo sucedido con Vicenta, hechos y detalles que nunca antes habían escuchado. Los más reveladores vinieron de quienes, como ellos, eran niños en esa época. Francisco Nogueira y Aldo Pietrantuono tenían 10 y 13 años, eran vecinos de los Ramírez y presenciaron el operativo en la casa de Almirante Brown. "Hubo una balacera por 20 minutos. En un momento, un hombre desde adentro de la casa pidió una tregua y ahí fue que la mamá de los chicos comenzó a sacarlos. La señora saca a dos de los chicos y cuando sale con el tercero se acerca un personal policial de civil y la ejecuta de un tiro en la cabeza. Otro personal le saca la criatura y le tiran a ella una ráfaga de disparos", relató Nogueira.
Nogueira y Pietrantuono contaron que los policías retiraron los cuerpos de Vicenta y la pareja que vivía con ella y luego saquearon la casa. “El nene mayor me dijo: ´se llevan mis juguetes´, recordó Nogueira. "Pasaron 45 años, quiero que el tribunal tome en cuenta mi declaración aunque tenía 10 años en ese momento. Yo no escribí un diario como Ana Frank pero tengo todos los recuerdos acá", les reclamó a los jueces emocionado mientras se tocaba con su dedo la cabeza.
Hasta ese momento, la familia Ramírez desconocía los detalles del asesinato de Vicenta. Escucharlos fue una conmoción pero, también, la reafirmación de que las respuestas deben venir de los responsables: qué pasó con su cuerpo, dónde está.
Los chicos fueron dejados en un baldío y luego llevados a la casa de un vecino, que los alojó unos días. Después, fueron puestos a disposición del tribunal de menores de la jueza Marta Pons. Previo paso por poco tiempo por un hogar de monjas, Mariano Alejandro, María Ester y Carlos Ramírez terminaron en el Hogar Casa de Belén.
María Ramírez a los cuatro años, antes de la desaparición de su madre.
Los abusos y la resistencia
Infierno. Infierno. Infierno. Es la palabra más repetida en el relato de María. Y como contrapartida, el ángel que, en la figura de su mamá Vicenta, la acompañó y le permitió sobrevivir. “Tengo recuerdos felices de mi primera niñez, de amor, de que mis padres me querían y esos recuerdos se quedaron dentro mío como un diamante y no me los pudieron sacar. Lo más absurdo era que nos decían que teníamos que estar agradecidos de estar en el hogar, porque mi mamá me había abandonado y era una prostituta, y mi papá estaba en la cárcel, era un criminal, un borracho. Mi madre Vicenta aparecía cuando más de torturaban, cuando no podía caminar del dolor. Esos recuerdos me ayudaron a diferenciar en la vida qué es el amor y qué es el infierno, qué es la verdad y qué son las mentiras. Ellos (Dominga Vera y Manuel Maciel) me preguntaban si tenía recuerdos de mi madre y yo aprendí que me podían torturar, me podían matar pero que no les iba a decir, no les iba a hablar de los recuerdos de mi madre, esos recuerdos me los llevaba yo hasta la muerte. Eso me dio mucha fuerza para sobrevivir”.
El Hogar Casa de Belén estaba vinculado a la Iglesia de Banfield, donde, dice María “todos sabían lo que pasaba”. Los domingos se disfrazaban de familia perfecta y devota e iban bien vestidos y peinados a misa. Tenían prohibido mirar a las personas a los ojos, siempre había que mirar abajo, al piso, no hablar con nadie. Eran como muñecos. También fueron bautizados y dejaron de ser Ramírez para pasar a ser Maciel. “Nos llamábamos como el viejo de ahí. Sentí que me enterraron viva, pensaba que mi madre no me iba a poder encontrar si tenía otro apellido. Y la casa de Belén no era solo una familia, había más gente que trabajaba con el hogar: la escuela, los médicos, los militares, la justicia, la doctora Pons, los vecinos, todos sabían lo que pasaba. Yo pedí ayuda a la Iglesia, al cura gordo le dije que me violaban. El levantó su teléfono y llamó al hogar. Se pueden imaginar lo que pasó conmigo, lo que me hizo Manuel”.
Manuel la amenazaba. Cuando la violaba le decía que si se quedaba embarazada le tenía que echar la culpa a otro niño. Ella dijo que no. El la ahogó en un inodoro sucio, la agarró de los pelos, la llevó a su pieza, abrió el ropero, donde estaban su ropa, uniformes y armas y le preguntó: “¿cómo querés morir?”. El le apuntó a la cabeza, disparó, ella escuchó el clic. El le dijo “te voy a matar como mataron a tu mamá, te voy a hacer volar la cabeza”. Pero no la mató. Siguió torturándola. “Yo salí como cenizas del hogar, pero de las cenizas volví para decir Nunca Más”
La Odisea
María y sus hermanos pudieron salir del Hogar de Belén en 1983, después de que su padre lograra ubicarlos y sortear las trabas que le ponía la jueza Pons. Los chicos tenían miedo, miedo al cambio, a sufrir más, si eso era posible. En el hogar, Manuel le decía a María que el padre abusaría de ella y que no podía contarle a nadie lo que había pasado durante esos años porque los iban a encontrar y a matar. “Tenemos gente por todo el mundo y te vamos a matar si hablás, sea donde sea, en Suecia o en cualquier lado”, la amedrentaba.
Armar un vínculo con su padre no fue sencillo, cuando llegó a Suecia, María dormía con un cuchillo bajo la almohada y ni ella ni sus hermanos le contaron lo que habían vivido en el hogar. Lo que más la afectó fue que le costaba conectarse con el recuerdo de su mamá. “Se apagó esa luz interior. Me sentía culpable, como que la había dejado en Argentina. No quería vivir, no hablaba con nadie, ni con mi papá ni mis hermanos, estaba sola. La amenaza de Manuel tuvo efecto, me paralizó y me distancié de mi padre y de todos. No podía hablar con nadie”.
Dos cosas la salvaron y le cambiaron la vida. La literatura y el dibujo. “A los 16 en la escuela me dieron el libro de Dante Alighieri, la Divina Comedia. Con ese libro pude interpretar el Infiero que había pasado y pensar que mi mamá me guiaba en todo ese proceso. Otro libro que me impactó fue La Odisea, lo interpreto como la expulsión del país y el deseo de volver a mi casa natal y llegar con mi familia. Los libros me abrieron el camino para elegir la vida de nuevo. Volví a sentir a mi mamá y elegí vivir”.
A los 25 descubrió la pintura, entró en una escuela de arte y pensó que eso le traería alegría, pintar, los colores, pero la atrapó el infierno de nuevo. Todo lo que salía de sus manos y se volcaba en el lienzo estaba relacionado con el hogar Belén. El maestro les hacía comentar las obras que producían. Y así fue como María pudo comenzar a hablar sobre lo que le habían hecho. Los cuadros también fueron la base para poder revincularse con su papá y sus hermanos. “Pudimos volver a hacer una relación, antes estábamos aislados, teníamos vergüenza de lo que habíamos pasado. Las pinturas nos dieron un espacio para hablar y así decidimos que debíamos buscar justicia”.
María abre grande sus ojos marrones. Mira de frente cuando habla. Busca las palabras en castellano. Dice que quiere justicia para ella y sus hermanos, para su madre y su padre, para los otros niños que estaban en el Hogar, que eran ocho y para María Florencia Ruival y José Luis Alvarenga. Justicia porque a aquellos sufrimientos, hay que sumarles las secuelas que marcaron a toda su familia, que dejaron marcas en su generación, las están dejando en la próxima, y estarán presentes en la siguiente. Por eso, para María, es importante definir y reconstruir la historia: para poder liberarse y renacer después de tanto dolor. Para ella es importante que la Justicia entienda el trato inhumano que han vivido ella y sus hermanos y la gravedad de los delitos que se han cometido. “Nosotros no hemos tenido libertad, hemos sufrido y seguimos sufriendo. Pero estamos todos de acuerdo en que el único camino posible es el de la Justicia.” Define las barbaridades sufridas como genocidios; y exclama que es tiempo de que estos genocidas sean responsables de sus barbaridades. “Nosotros estamos condenados por vida a vivir con estos recuerdos terroríficos. El juicio es un desafío de confianza porque el propio estado destruyó nuestra base familiar y nos arrancó de las raíces al extranjero al expulsar a mi padre del país. Hemos pagado mucho, y seguimos pagando con mucho dolor, también tenemos que afrontar muchos costos económicos para volver a la Argentina, para reconstruir nuestra identidad, historia, familiares y también pagamos con nuestra salud. El daño es inmenso.”
Uno de los cuadros pintados por María a partir de los recuerdos de los niños del Hogar Casa de Belén
La reconstrucción
Los tribunales también fueron un laberinto. Un camino que se inició hace muchos años; que impulsó el abogado Luis Valenga y recorren hoy las abogadas Carolina Farotto y Carla Ocampo Pilla con la fundamental intervención del Ministerio Público Fiscal. Un paso importante fue poder recuperar la causa que estaba archivada y a la espera de la prescripción, porque los hechos no habían sido considerados como delitos de lesa humanidad, es decir, quedaban fuera del plan sistemático de la dictadura, como si no hubieran tenido relación con la encarcelación de su padre y el asesinato de su madre. “Eran tiempos de impunidad en democracia, tiempos en los que no había esperanza, de destrucción. Cuando asumió Néstor Kirchner y se anularon las leyes de Punto Final y Obediencia Debida tuvimos esperanza, cuando pudimos avanzar con el doctor Valenga sentí que mi salud mejoraba. Creo que fue admirable que el Presidente pidiera perdón por parte del Estado, fue importante escuchar estas palabras y verlas concretadas en los hechos, que se haya hecho una plataforma de derechos humanos que ayuda a reconstruir nuestra historia es importante también para la memoria colectiva del pueblo. Quiero mencionar a la gente que nos está ayudando y acompañando, que es un grupo fantástico, la fiscal Ana Oberlin, el fiscal Juan Martin Nogueira, mis abogadas, los abogados de la secretaría de derechos humanos, Pedro Griffo y Facundo Dadic y los profesionales del Comité por la Defensa de la Salud, la ética y los Derechos humanos (CODESEDH), Melanie Torre, Silvia Arrendodo, Norberto Liwski y Carmen Celiz. También quiero destacar que el hogar sigue funcionando como si nada y deseo que lo identifiquen como centro clandestino, allí se reunían militares, policías, teníamos padrinos militares. Mi “padrino” me llevó a su trabajo y era una casa abandonada con sangre en las paredes, cables en el piso y camas sin colchones, con olor a muerte. Ahí entendí lo que hacían y sabía que Manuel era capaz de matarme. Esos eran sus compañeros”.
Cuando María declaró en el juicio mostró algunos de los cuadros que pintó cuando empezó a estudiar, figuras oscuras, monstruos sentados a la mesa, bebés, muertos, cruces, un retrato de su madre. También llevó una medalla de la maratón de Berlin, porque correr es otra de las cosas que la ayuda. “Es una expresión de libertad, puedo correr cuatro horas sin pensar en nada del pasado, del presente o del futuro. Corro, respiro y no pienso, pienso en positivo. Las maratones me ayudaron un montón”.
María habla. Después de mucho tiempo. Espera que las palabras puedan ser reparadoras. Que le traigan paz. “Puedo confesar que he temblado, tenido miedo, he sentido de nuevo el revolver en la cabeza, el click, pero apuesto a la vida. He llorado muchísimo y sigo llorando. Seguimos sufriendo las secuelas. Estamos condenados a vivir con todos estos traumas y secuelas. ¿Quién paga todo? Estamos marcados para siempre. El juicio que se está realizando es reparador, pero también muy movilizador, porque nos rompieron en millones de pedazos y tenemos que buscar cada pieza, es muy doloroso armar el rompecabeza. Pero apuesto a la vida para buscar justicia. Me han torturado siete años pero no sabían el amor que guardaba de mi madre y que me hizo vivir. El amor de mi padre también fue fundamental. Hoy tengo un hijo al que le gusta jugar al fútbol y admira a Messi. Yo he jugado fútbol y me encanta compartir con mi hijo y transmitirle sueños, amor y recuerdos. Apuesto a tener una vida digna, a vivir y no sobrevivir. Gracias mamá y papá por el amor que me dieron de niña. Tengo más presente que nunca que el amor debe triunfar sobre el odio”.
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20 de agosto de 2021
Miriam Lewin, sobre los delitos sexuales en la dictadura tras la condena al Tigre Acosta: "Era lo que nos tocaba por ser mujeres"
La periodista y sobreviviente del Golpe del '76 dio sus sensaciones tras la condena a represores por abusos, recordó lo vivido tras ser capturada y habló de la lucha de mujeres que sigue en pie.
Antonella Bernetti
A 45 años del Golpe Militar de 1976, el Tribunal Oral Federal N°5 condenó al ex miembro de la Armada, Jorge Eduardo "El Tigre" Acostaa 24 años de prisión y a Alberto "El Gato" Eduardo González, a 20 años, por delitos de violencia sexual cometidos en el centro clandestino de detención de la Escuela de Mecánica de la Armada (Ex ESMA). Sus nombres no pasan desapercibidos para nadie, especialmente para quienes vivieron las atrocidades que estas dos personas llevaron a cabo en los centros que hasta el día de hoy producen escalofríos.
La periodista y escritora Miriam Lewin, por supuesto, no es la excepción. Y los dos militares mencionados formarán parte de su historia para siempre. "Es exponerlos como lo que eran, como violadores. No tiene efecto real en la condena que va a cumplir, porque tiene reclusión perpetua, pero el hecho que hayan sido condenados como violadores ya tiene un peso", manifestó. Y sobre esto, sumó: "Se trata de un grupo que se dedicaba a robar bebés, torturar, secuestrar, robar propiedades y que, además, eran delincuentes sexuales".
Llegó a la ESMA en marzo de 1978, en un baúl de un auto, atada y encapuchada, proveniente del centro clandestino "Virrey Cevallos" ubicado cerca del Congreso Nacional y a pocas cuadras del Departamento Central de Policía. Pasó de estar completamente aislada, en una celda a "trabajar y desarrollar distintas tareas" en algo que parecía mucho más complejo y perverso: ese centro de detención y exterminio estaba disfrazado de "centro de recuperación". ¿El objetivo principal? Construir un programa político que favorezca al almirante Emilio Eduardo Massera en su llegada a la presidencia de Argentina. "Era trabajo esclavo, como en los campos de concentración nazi", cuenta.
En diálogo con El Destape, Lewin detalla cómo atravesó ese tiempo privada de su libertad y diferenció su paso por ambos espacios. En el primero, solo podía conversar con guardias y estaba bien diferenciado el lugar de "nosotros y ellos"; pero en la ESMA no estaba aislada sino que interactuaba constantemente con otras personas prisioneras en el lugar. "Compartíamos la zona de 'Capucha' con otros prisioneros/as que no habían seleccionados para trabajar. Ellos transitaban el circuito de secuestro, interrogatorio bajo tortura, permanencia y después, un determinado miércoles, eran llamados por su número de caso -parte de la despersonalización- para ser llevados a los vuelos de la muerte", recordó.
Si bien la periodista aclaró que no les decían que iban a ser atrozmente asesinados -en su lugar, les decían que iban a ser trasladados el Sur donde tendrían "mejores condiciones de detención ilegal para luego ser liberados o trasladados a una cárcel legal"-, aunque las dudas siempre estaban presentes. "Sospechábamos, un compañero fue llevado por error y vio todo. Vivíamos en una constante tensión porque pensábamos que todos y todas podíamos ser pasajeros de esos vuelos", dijo y aclaró: "Nos autoengañábamos porque era insoportable vivir con la sospecha de que cada semana te podían eliminar, nadie tenía la supervivencia comprada por ser seleccionado para trabajar".
Abusos y violaciones en los centros de detención ilegales
Lewin dejó en claro que los vínculos formados eran diferentes dentro de la ESMA, en relación a lo que ocurría en otros centros clandestinos: "Ellos aprovechaban ese tipo de relación para confundirnos y en el caso de las mujeres, cometer delitos sexuales". Los guardias más jóvenes, más violentos y "afectados psicológicamente" por lo vivido en estos lugares y los oficiales, autorizados por jefes de tareas como el mismo "Tigre" Acosta, eran los artífices de estas situaciones. "Generó una imposibilidad, por culpa y vergüenza de muchas compañeras, de identificar que habían sido violadas", explicó.
Durante la nota, la escritora manifestó que a partir del secuestro "los cuerpos les pertenecían" a estos militares y enumeró distintos tipos de torturas, desde picanas eléctricas en órganos sexuales hasta manoseos y violaciones con acceso carnal. El terrorismo sexual del Estado era un hecho y muchas lo ignoraban, posiblemente como un mecanismo de defensa. "El objetivo de ese sometimiento, de poseer nuestros cuerpos como si fueran el campo de batalla o la tierra conquistada, era un mensaje que no iba solamente dirigido a las mujeres sino también a los otros 'machos' donde se demostraban unos a otros cuán potentes eran", señaló. Esto tiene que ver con la idea de que la función del varón siempre fue "proteger a la mujer" y el no poder hacerlo, ni hablar de esto, puede seguir influyendo en la psiquis de aquellos prisioneros.
Hoy fue un día de Justicia. El Tigre Acosta, jefe del grupo de tareas de la ESMA y uno de sus hombres, el Gato Gonzalez Menotti recibieron condena por violaciones. Hay más causas en curso. Ejercieron el terrorismo sexual desde el Estado dictatorial.
La lucha contra los prejuicios de ser sobreviviente
"Si nos encontrábamos con algún familiar de alguna persona que habíamos visto y había sido asesinada, la pregunta cuando terminaba nuestro testimonio, después de un silencio, era: '¿Y vos por qué te salvaste?", manifestó Lewin. En esa época, hasta por las organizaciones, las mujeres eran sospechadas de traidoras -por, supuestamente, haber suministrado información para otros secuestros- y "también de putas" por tener relaciones sexuales con los militares como si hubiese sido una decisión tomada por propia voluntad.
Si bien confesó que mantiene comunicación con algunas compañeras, explicó que con otras no se puede hablar de esto "porque no lo visualizan y no se han dado cuenta de que no había espacio para el consentimiento" ni, por supuesto, el amor. Trazando un puente con la actualidad, destacó que no es algo que haya quedado en el pasado: ante violaciones o abusos, primero se examina o culpabiliza a la víctima y se presume consentimiento. "El sexo parece ser un patrimonio de esta sociedad patriarcal, no es algo que nos pertenece a las mujeres. Si no te resististe violentamente o no pusiste en riesgo tu vida, es que consentiste", lanzó.
Otra vez, los prejuicios y los motes utilizados que vuelven a atentar contra las mujeres, cruelmente torturadas y abusadas en aquellos centros clandestinos, están completamente atravesados por el patriarcado y la constante revictimización de cada una de ellas, con un maltrato físico y emocional que se reproduce constantemente. “Si los que hubieran sido víctimas de abuso sexual hubiesen sido los varones y las guardias todas mujeres, hubieran sido vitoreados a la salida si hubieran usado su sexo para sobrevivir; con nosotras pasa todo lo contrario”, aseguró la escritora.
Lewin también se refirió al reconocido libro "Putas y Guerrilleras", escrito junto a Olga Wornat, del cual no dudó en caracterizarlo como "sanador" y a su vez, como "un espacio para la reflexión", tanto de la sociedad como del lugar que deben tener los varones utilizando los testimonios como una vía para llegar a ese tan necesario destino. Dolorosamente, afirmó: "Las mujeres dábamos por sentado que si nos secuestraban nos iban a violar, era lo que nos tocaba por ser mujeres".
Cómo superó esa instancia y un mensaje para la memoria social
Miriam Lewin no duda cuando deja en claro que todo "hubiera sido más fácil si lo hubiéramos hecho al calor de los feminismos", manifestando que la resignificación de aquel libro fue total a partir de ver a las pibas en la calle con el Ni Una Menos (NUM), iniciado en 2015. "Me costó 30 años revisitar mi historia y la de mis compañeras, me sirvió hablar con mis compañeros varones y me emocionó muchísimo ver a chicas de 13 y 14 años esperando que les firme un ejemplar del libro. Paga todas las noches de insomnio, los ataques y las incomprensiones", confesó. También agregó que la profesión, el haber formado una familia y ver el camino realizado por otros sobrevivientes fueron reparadores.
A su vez, dejó en claro que nunca "trabajó" de sobreviviente y que dio testimonio cada vez que se le solicitó porque siente que tiene una "responsabilidad histórica", que es testimonial y que a pesar de ser traumático, no titubea: "Es algo que les debo a quienes ya no están". Por esto, como periodista, desde la escritura y desde el rol de sobreviviente, seguirá cumpliéndolo hasta el fin de sus días.
Para cerrar, la actual titular de la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual criticó al macrismo por realentar los juicios y las fallas en el respeto de las condenas -muchos de los represores están en prisiones domiciliarias, algo que nadie vigila-. Pero sobre todo, especificó: "Lo que me preocupa un poco es el espacio que se le da al negacionismo en los medios, con el 'no son 30 mil' o 'eran guerrilleros'. Si cometieron crímenes, correspondía juzgarlos; no matarlos, robarles a sus hijos, violarlos o tirarlos vivos desde aviones al océano...".
Desde su lugar, no propone castigos o normas que prohíban o pongan trabas a ciertas formas y actitudes de algunos con poder en la construcción de la opinión pública. “Prefiero seguir apostando por un cambio cultural, una toma de conciencia. Prefiero que estos discursos no sean castigados pero que haya una conciencia social acerca de lo que ocurrió realmente. Tal vez a través de una discusión, un debate, con argumentos bien fundados, con nuevas voces”, sentenció. Y principalmente, con la Memoria, la Verdad y la Justicia como principal emblema de lucha para sostener el "Nunca Más" como bandera máxima en nuestra historia.