24 de enero de 2015


El camino hacia el desarrollo versus la desarticulación industrial

El miércoles último el INDEC informó sobre los números del Intercambio Comercial Argentino durante 2014. Si bien se mantuvo el superavit comercial, que acumuló durante todo el año U$S 6686 millones, sufrió una merma del 16,4% interanual.

El camino hacia el desarrollo versus la desarticulación industrial
El miércoles último el INDEC informó sobre los números del Intercambio Comercial Argentino durante 2014. Si bien se mantuvo el superavit comercial, que acumuló durante todo el año U$S 6686 millones, sufrió una merma del 16,4% interanual.
Detrás de la caída se encuentran las menores ventas del complejo automotor a Brasil, parte, además, del más general mal desempeño del comercio global, que no logra recuperarse de la crisis internacional a la que las economías de los principales socios comerciales de la Argentina no son ajenas y, por ende, como puede notarse, tampoco inocuos los efectos, a través del canal comercial, sobre las exportaciones argentinas.
Así, las exportaciones sumaron U$S 71.935 millones en todo 2014, lo que significa una disminución interanual del 12 por ciento.
Aquí habría que apuntar, además, la evolución de las ventas externas de materias primas, que tuvieron una caída del 20%, debido a los menores precios internacionales de las commodities agropecuarias y, además, a la mala estrategia comercial del sector que apostó durante gran parte del año por una devaluación de la moneda local, cosa que recién logró revertirse en el último trimestre cuando el cambio de expectativas aceleró el ritmo de ventas con un incremento del uno por ciento interanual.
Por su parte, las importaciones, acumularon durante 2014 U$S 65.249 millones, una disminución equivalente al 11% interanual.
Por el lado de las importaciones hay que computar la menor dinámica del mercado interno, tras la desaceleración del crecimiento económico, que pasó del 3% en 2013 a un ritmo cercano a cero en 2014. La política de administración comercial para proteger la industria nacional, sostenida, como todos los años, por el gobierno, también contribuyó a las menores necesidades de importación de la economía.
En lo últimos meses se agregó, además, la disminución del precio de la energía, tras el desplome de la cotización internacional del petróleo, lo que hizo retroceder las compras de combustibles y lubricantes un 4 por ciento.
Como podrá notar el lector, hasta aquí hemos hablado de la evolución de las exportaciones e importaciones durante el año que dejamos atrás y, sin embargo, no hemos hecho mención a la devaluación.
No se trata de una omisión involuntaria, ni tampoco de negar los efectos que la alteración del tipo de cambio en enero de 2014 tuvo sobre el desempeño de la economía que, como hemos sostenido hasta el hartazgo en columnas anteriores, no sólo estuvo en el inicio de la cadena causal del proceso inflacionario sino que impactó sobre la dinámica de la economía real, afectando precios e ingresos y que, de no mediar la mano férrea del Estado en el despliegue del conjunto de políticas activas de demanda para preservar el trabajo de los argentinos, hubiera generado impactos dañinos sobre la realidad socioeconómica nacional.
Se trata, sencillamente, de que una devaluación, a contramano de lo que pregona el consenso de los economistas liberales y algunos falsos heterodoxos (que de no mediar la operación incesante montada para instalar la mentira a partir de la tragedia ocurrida con la muerte del fiscal Nisman, hubieran seguido resonando en estudios de televisión esta semana) no tiene los efectos de pócima mágica que se le adjudican sobre el comercio internacional.
A nadie resultará ajena la falsa asociación que se suele establecer entre devaluación, mejora de la competitividad y aumento de las exportaciones.
Si como prueba basta un botón, el informe del INDEC al respecto del Intercambio Comercial Argentino se ofrece como refutación de aquella hipótesis, donde en el año de la devaluación las exportaciones argentinas sufrieron una caída del 12 por ciento.
Por supuesto, no se trata sólo de un botón, en la medida en que la evidencia empírica disponible es amplia y concluyente en determinar que el efecto de la devaluación real del tipo de cambio sobre las exportaciones e importaciones es muy reducido (no sólo para la Argentina sino para otros países de la región) y que, en cambio, tiene un impacto significativo sobre la inflación y los salarios reales.
Es que las exportaciones están determinadas por la demanda externa, es decir la capacidad de compra del resto del mundo y, más específicamente, de los socios comerciales con los que la Argentina intercambia que, como señalábamos más arriba, están inmersos en la crisis que envuelve al mundo y al comercio entre los países. Los adalides de la competitividad devaluadora deberían tomar nota, de una vez, o reconocer, a falta de interés en la verdad, dónde están depositados sus verdaderos intereses.
Del mismo modo, las importaciones son tan poco sensibles al tipo de cambio como las exportaciones. Dependen, por su parte, de la robustez de la demanda interna: a mayor/menor nivel de actividad, mayor/menor demanda de importaciones.
Por esas razones, los economistas estructuralistas se ocuparon de rechazar las devaluaciones del tipo de cambio, ya que su carácter contractivo era una de las claves de lo que Aldo Ferrer (1963) llamó el "proceso de desarticulación industrial".
De modo tal que, así como es legítimo que, en democracia, los intereses diversos estén representados y compitan en las urnas, es imperativo que, como sociedad, corramos el velo de los "habladores profesionales" y separemos, con claridad, a aquellos que bajo la estratagema de la competividad nos proponen la erosión de los salarios de los argentinos y la "desarticulación industrial" de aquellos que trabajan para un Proyecto que tiene a la Industria y al Trabajo como centro de su política. Es imperativo que lo hagamos porque los primeros, tras su prédica cuya única consecuencia es una transferencia regresiva de ingresos desde las mayorías trabajadoras hacia los sectores agroexportadores y de la especulación financiera, no pueden merecer la confianza de los trabajadores argentinos que debemos seguir empeñados en profundizar este camino hacia el desarrollo de nuestra Nación que, contra todos los dispositivos que el poder real ha desplegado en su contra, ya lleva 12 años de marcha.
Tiempo argentino

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