La economía en 2016 cayó 2,3 por ciento respecto de 2015, cuando había crecido 2,6 puntos sobre 2014. Son mediciones que presentó el Indec esta semana. La crisis se mantiene en lo que va del año, con un retroceso también de 2,3 por ciento en febrero y del 1,4 en el primer bimestre en las comparaciones interanuales, de acuerdo al consultor de la city Orlando Ferreres. Otra usina neoliberal como FIEL registró una contracción del 9,5 por ciento en la actividad industrial el mes pasado. El consumo, a su vez, volverá a entregar en marzo resultados negativos, según anticipan especialistas del sector que pulsan la marcha de la demanda. La contundencia de los datos dejó en el olvido la promesa de una lluvia de inversiones que había realizado Mauricio Macri en campaña electoral. La inversión, de hecho, se desplomó 7,7 puntos en el último trimestre de 2016 y finalizó con una baja de 5,5 en el acumulado del año. Esa performance desastrosa, sin embargo, no impidió que la agencia internacional de calificaciones de riesgo Moody’s mejorara de estable a positiva la perspectiva de la nota para los bonos argentinos, decisión que su comité de evaluación comunicó el mismo día que cientos de miles de personas se movilizaron en el reciente acto de la CGT. 
Moody’s premió al Gobierno a pesar de que a fines de 2015 proyectaba una baja del PIB de solo 1 por ciento para el año siguiente, menos de la mitad del derrumbe que finalmente se verificó. Desde que Macri fue electo presidente, la calificadora movió tres veces hacia arriba sus consideraciones sobre la marcha del plan económico. La primera fue una prueba de fe, ya que se produjo apenas dos días después del triunfo de Cambiemos en el ballotage frente a Daniel Scioli, pasando de estable a positiva la orientación de la nota para el país. La segunda fue la suba de la calificación por el arreglo con los fondos buitre, el 15 de abril del año pasado. Y la tercera el 7 de marzo último, cuando sostuvo que “el gobierno de Macri ha implementado con éxito políticas destinadas a hacer frente a algunos, aunque no todos, de los principales desequilibrios macroeconómicos y las distorsiones microeconómicas que ha heredado”. “Esto representa un importante cambio en materia de políticas con relación al anterior gobierno”, celebró la entidad, que durante la etapa kirchnerista castigó a los títulos argentinos con las peores evaluaciones, incluso durante los años de crecimiento a tasas chinas.
El acompañamiento militante de Moody’s al primer experimento neoliberal argentino conducido por sus propios dueños, el equipo de los CEO, se explica en su carácter de vocero del establishment financiero, que ha recuperado ganancias extraordinarias con las emisiones descontroladas de deuda pública, con las libertades concedidas a la entrada y salida de capitales especulativos, con la desregulación de comisiones y tasas bancarias y con la bicicleta que facilita el Banco Central gracias al ancla cambiaria y las altas tasas de interés. Cuando se llega al punto de que hasta Mirtha Legrand le reprocha a Macri que no ve la realidad, la respuesta del Presidente es que sí la ve, que las cosas van muy bien porque la Argentina está de regreso en el mundo. Lo que no aclara Macri es que se trata del mundo de Moody’s, un planeta que queda a años luz de las preocupaciones de industriales, pymes, trabajadores y jubilados de este suelo. Esa definición de cuál es la realidad que le interesa al Gobierno es un elemento central, excluyente, para el análisis de lo que está pasando y anticipar lo que vendrá. 
Una de las razones para esa elección de la alianza entre el PRO y la UCR es que su supervivencia en el poder depende de mantener lubricado un canal de endeudamiento del tamaño de un camión con acoplado de ocho ejes. Es la misma lógica que los radicales ya conocen de la experiencia de Fernando de la Rúa, quien supo decir “qué lindo es dar buenas noticias” cuando consiguió el “blindaje” del FMI un año antes de su salida en helicóptero. “Queridos argentinos, los esfuerzos de este año dieron sus frutos. He anunciado un blindaje internacional que nos saca del riesgo y crea una plataforma extraordinaria para el crecimiento. Llega después de un año difícil, difícil para ustedes que están soportando una crisis prolongada que lleva casi cuatro años castigándonos. Pero en definitiva, terminamos este año con un gran éxito. El blindaje 2001. Esto es lo que estábamos haciendo mientras algunos decían que no hacíamos nada. Arriesgué mi capital político para tomar las medidas más duras en el primer año… Qué importa, si a cambio he logrado protección y fuerza para la Argentina. Es un éxito para mí como presidente y para todo el pueblo que se beneficiará, porque a partir de esta extraordinaria operación económica podremos crecer espectacularmente y comenzar a generar los empleos que necesitamos. El mundo ha sabido ver las virtudes de un gobierno serio y de un país con futuro. Ahora nos toca crecer mucho, trabajar mucho y hablar menos. 2001 será un gran año para todos, qué lindo es dar buenas noticias”, pifiaba De la Rúa a finales de 2000, cuando dos más dos, igual que ahora, daba cuatro. Por supuesto que hay diferencias notables entre 2001 y la actualidad, ya que en el medio se generaron colchones productivos, de empleo, de inclusión social y de desendeudamiento, entre otros, que no existían al comienzo del siglo, pero la concepción de dar señales al mercado y atarse a lo que digan los representantes del capital financiero, como Moody’s, es calcada. Esa dependencia, que va consumiendo grados crecientes de soberanía económica, volverá a aumentar este año con nuevas emisiones de bonos de todos los colores, pavimentando la verdadera pesada herencia que dejan a su paso los gobiernos que prometen derrames de la riqueza y lo único que hacen es concentrarla cada vez más.
Moody’s acompaña la estrategia macroeconómica que fijó quien ejerce en los hechos como ministro de Economía, Federico Sturzenegger. El presidente del Banco Central, secundado por los secretarios de Hacienda, Nicolás Dujovne, y de Finanzas, Luis Caputo, con rango de ministros para darles más lustre, apuesta la suerte de Cambiemos a las metas de inflación. Bajar el ritmo de los aumentos de precios es su única preocupación. El resto de las variables son secundarias, incluido el nivel de actividad, la ocupación y la evolución de los sectores productivos.  “Moody’s espera que una menor inflación impulse los salarios reales y el consumo, y que el proceso de deflación dé apoyo al objetivo del Banco Central de alcanzar una inflación de un solo dígito para 2019”, explica la calificadora en su comunicado del 7 de marzo. En otro párrafo, refuerza la idea de que la recuperación llegará de la mano de la baja de la inflación. “Esperamos que la economía crezca un 3 por ciento en promedio este año y el próximo, impulsada por un mayor consumo en la medida en que la inflación disminuye y aumentan las inversiones públicas y privadas”, sostiene, aunque no deja de advertir que a partir de 2018 el Gobierno también deberá esforzarse en una reducción persistente del déficit fiscal. 
Para disciplinar precios, el oficialismo mantiene atado al dólar, las tasas de interés elevadas, abre la economía a las importaciones, busca imponer un techo a las paritarias e intenta con atajos como Precios (y ventas) Transparentes. Es un plan de shock para la industria, el empleo y el salario. Con el agravante de que la inflación todavía no baja, como reconoció el Indec esta semana al estimar un alza de la canasta básica de 2,6 por ciento en febrero. El Banco Central se concentra en factores monetarios y en la evolución de la demanda como causantes de la inflación, y se despreocupa de lo que ocurra por otro lado con cuestiones tan determinantes como la escalada de los costos -como los incrementos de tarifas de los servicios públicos-, la puja distributiva, la ineficiencia de mercados concentrados y con el comportamiento de los formadores de precios, que golpean en el IPC. Los nuevos créditos hipotecarios a 30 años que indexan por inflación cargan con ese pequeño problema ya de arranque. Sturzenegger invita a los potenciales deudores a subirse a la aventura de un país con precios bajos por tres décadas, como Onganía soñaba quedarse veinte años y la ley de intangibilidad de los depósitos era para siempre.
“Es una política como la que profundizó Brasil a principios de 2015. En ese momento los analistas de mercado decían que podía haber una recesión leve por un período corto, después dijeron que no iba a durar más de cuatro trimestres y ahora dicen que en el mejor de los casos este año la economía crecerá 0,5 por ciento, después de haber caído 3,8 y 3,6 por ciento los últimos dos años, los peores resultados en 80 años”, recuerda Jorge Carrera, profesor de Finanzas Internacionales de la Universidad de La Plata y ex jefe de Investigaciones Económicas del Banco Central. Moody’s supo acompañar al país vecino con las mejores calificaciones cuando imponía esas políticas y le soltó la mano, como el FMI a la Argentina en 2001, cuando la debacle se hizo incontrolable. Ahora Brasil se arrastra con reformas jubilatorias y laborales que quitan derechos básicos e históricos a los trabajadores. Esta semana se aprobó una ley de flexibilización escandalosa, que habilita la tercerización laboral precarizada en toda la economía. “Se está enterrando la ley laboral vigente desde 1943. Para esto fue realizado el golpe contra Dilma Rousseff”, denunció Carlos Zarattini, jefe del bloque del Partido de los Trabajadores (PT). A otro ritmo, con sus particularidades, límites y diferencias, la política económica nacional marcha en la misma dirección.
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