Entre los restos del edificio de la AMIA quedaron las víctimas del sangriento atentado y también los oscuros vericuetos que llevaron a su ejecución y que nunca parecen develarse. La renuncia de Mariana Stilman y Ezequiel Strajman, los abogados que representaban al gobierno y que estaban junto a los familiares de las víctimas en el juicio por encubrimiento vuelve más oscuro aún ese entramado que todavía ahora, después de más de 20 años, sigue en la oscuridad, proyecta sombras, teje complicidades tangenciales o protagónicas, genera actos políticos y es usado como alfil en la geopolítica internacional de las grandes potencias sin que nada de todo ese juego de intereses y estrategias permita distinguir la justicia que reclaman las víctimas.
El ministro Germán Garavano pidió poner freno, enfriar la acusación y dejar actuar a las defensas de los acusados de encubrimiento. Es una confesión virtual. En el banquillo de los acusados de encubrimiento están, entre otros, el ex presidente Carlos Menem, al que Mauricio Macri elogió en varias oportunidades; el ex comisario Fino Palacios que acompañó a Macri en Boca y al que llegó a designar como jefe de la policía Metropolitana; el juez Juan José Galeano que tuvo a su cargo la primera etapa de la investigación, y Rubén Beraja, ex presidente de la DAIA y del Banco Mayo, fundido y perdonado por el menemismo. Varios de los funcionarios que llegaron de la mano del rabino Sergio Bergman habían acompañado la gestión de Beraja en la DAIA e integran esa corriente conservadora en la colectividad judía.
Los acusados son trece, pero esos cuatro nombres solamente exponen a la luz afinidades políticas, historias comunes y cruces personales con el gobierno de Cambiemos. La escandalosa intervención de Garavano que provocó la renuncia de los abogados se produjo en línea con esos antecedentes, más relacionados con los rincones oscuros de la investigación y del atentado, que con la búsqueda de justicia.
Nadie duda que hubo encubrimiento. En estos días declaró Claudio Lifschitz, ex prosecretario del juzgado federal 9 y confirmó las irregularidades que se cometían en la investigación para involucrar a los policías de la Bonaerense, al tiempo que se abandonaban otras líneas de investigación    
Los atentados terroristas contra la embajada de Israel y la AMIA se produjeron durante el menemismo y después nunca más. Ni antes ni después. Y quedó demostrado el interés del menemismo por desviar las investigaciones de esos atentados, sobre todo el de la AMIA. Dos hechos que proponen dos interrogantes: ¿Por qué no hubo más atentados, si sigue el conflicto en Medio Oriente? ¿Por qué estaría interesado el gobierno menemista en desviar las investigaciones? Las respuestas a esos interrogantes confluyen: es evidente que los terroristas no sólo buscaron un objetivo internacional, sino que además tiene que haber un factor muy entrelazado con la política interna que el menemismo intentó ocultar.
Entonces surgen otros interrogantes si se tiene en cuenta que la mayoría de las víctimas fueron de la colectividad judía: ¿Por qué razón el menemismo obtuvo la colaboración en ese encubrimiento de un sector conservador de la cúpula de la colectividad judía, muy afín con los gobiernos derechistas que dirigen Israel desde hace décadas? ¿Por qué razón logró esa misma colaboración por parte de la CIA y el Mossad que participaron en la investigación?   
La denuncia de encubrimiento sorteó todos esos factores de poder solamente por la presión y la insistencia de los familiares de las víctimas, para la mayoría de los cuales el único interés es obtener justicia para las víctimas. Los demás son actores de la política. Hay una contradicción de intereses entre el menemismo, un sector conservador de la colectividad judía –representado ahora en el gobierno de Cambiemos–, la CIA y el Mossad, frente a la mayoría de los familiares de las víctimas. Los primeros tienen objetivos políticos, los segundos metas de justicia.
Ni a la CIA, ni al Mossad, ni a este sector conservador de la colectividad judía les interesaron los lazos evidentes de los atentados entre política interna con la geopolítica internacional y confluyeron todos con el menemismo para enfocarse principalmente en darles solo una proyección internacional. 
El encubrimiento se basó en algún motivo, cuyo esclarecimiento permitiría conocer por los menos parte de los motivos del atentado. Están relacionados uno con otro. Por eso es tan importante el juicio por encubrimiento. Y por eso resulta escandalosa la decisión de entorpecerlo por parte del gobierno.  Se rasga las vestiduras por la causa AMIA cuando se trata de forzar lo que hasta ahora solamente puede describirse como suicidio del fiscal Alberto Nisman, pero no le preocupa que se hayan encubierto a los autores del atentado.
Los mismos que paralizan la acusación del Estado en el encubrimiento insisten en embarrar todo lo relacionado con el atentado a la AMIA, disfrazando un suicidio como asesinato sin mostrar pruebas, ni siquiera indicios, todo ficticio, inventado para el efectismo mediático. El fiscal Germán Moldes, que encabezó la marcha por Nisman, ha sido funcionario menemista y tiene amistad personal con varios de los acusados por encubrimiento. Los que estuvieron relacionados con el encubrimiento y los que crearon el mito del asesinato de Nisman son los mismos. Y las dos acciones se identifican por la misma textura de las operaciones de los servicios de inteligencia.  
La reacción de los abogados Stilman y Strajman, la primera de ellos designada a instancias de Elisa Carrió, según los medios, expuso al ministro Garavano y confirmó la forma como opera en la justicia el gobierno de Cambiemos. El caso Nisman se relaciona con el atentado a la AMIA por el memorándum entre Argentina e Irán para que declararan los iraníes acusados y que Irán nunca refrendó. Es un escenario que se despliega en varios niveles que dan cuenta de la importancia que tiene para fuerzas muy gravitantes. Nisman presentó la denuncia contra el gobierno kirchnerista por el memorándum de acuerdo poco antes que el gobierno derechista de Israel, usara el atentado de la AMIA para embestir, con el respaldo de la derecha norteamericana, contra el acuerdo nuclear que concertó el ex presidente norteamericano Barack Obama con Irán. Fue tan importante esa situación, que el presidente israelí, Benjamín Netanyahu llegó a cometer la peor ofensa que puede perpetrar un presidente extranjero, al atacar al presidente anfitrión desde el Congreso norteamericano controlado por los derechistas republicanos de la oposición. Netanyahu usó el atentado en la AMIA para viajar a Estados Unidos e intervenir en la política interna de ese país en contra del entonces presidente Obama. Fue una acción desbocada, pocas veces vista en los escenarios internacionales. La derecha norteamericana e israelí necesitaban esgrimir y bombardear el acuerdo nuclear de Obama con el atentado a la AMIA.
Nisman presentó su denuncia en forma intempestiva, como si estuviera obligado por las circunstancias y por otros factores, sin tener ninguna prueba para sostenerla por lo que fue rechazada en varias instancias. Su carrera caía en picada. Finalmente la denuncia fue aceptada por la fuerte presión política y la influencia del gobierno de Cambiemos en el ámbito judicial.
De la misma forma sucedió con el intento de hacer aparecer la muerte de Nisman como un crimen y esa oscuridad aparece en todo lo que se relaciona con este tema atravesado desde el principio al fin por los servicios de inteligencia argentino, norteamericano e israelí. Ningún peritaje pudo encontrar el menor indicio de homicidio y sí las pruebas del suicidio. Pero fue apartada la fiscal Viviana Fein porque realizó la investigación y se negó a caratularla como homicidio. Entonces la Corte pasó la causa al fuero federal, con jueces más proclives al Gobierno. Aun así, cuando fue sorteada, cayó en el juzgado del juez Sebastián Casanello, que no está bien visto por el oficialismo porque soportó las presiones para involucrar a Cristina Kirchner y por el contrario la separó de la causa por lavado de dinero. Para desacreditarlo, este juez fue acusado por falsos testigos de haberse reunido con la ex presidenta en la quinta de Olivos. Después de un largo proceso se llegó a la conclusión de que los dos testigos mentían y esta semana fueron acusados de falso testimonio.
Cuando pasó a la justicia federal, la causa por la muerte de Nisman cayó en el juzgado de Casanello y el resultado fue advertido por periodistas y algunos jueces porque apareció en el tablero electrónico. Pero un alto funcionario del Consejo de la Magistratura anuló el sorteo afirmando que se había producido una falla en el sistema. Hubo otro sorteo y la causa fue a parar al juzgado del juez Julián Ercolini, que tiene la confianza del oficialismo. Como el episodio fue público hubo una denuncia que cayó y seguramente morirá en el juzgado de Claudio Bonadio.
La investigación de la causa AMIA, la causa por encubrimiento, la causa por el memorándum de acuerdo con Irán y la causa por la muerte de Nisman forman un mismo cuerpo, ligadas por la deformación causada por la intervención de intereses locales y geopolíticos. Ninguna siguió un trámite normal, en todas hay opacidades tenebrosas, hay intervenciones dislocadas, acusaciones forzadas, campañas mediáticas e intereses que han desvirtuado la acción de la justicia con falsedades. La renuncia de los abogados Stilman y Strajman ilustró la renuncia del gobierno de Cambiemos a acusar el encubrimiento, otra decisión que se suma a esa lista.
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