12 de mayo de 2017

LA HIJA DE ETCHECOLATZ SE CAMBIÓ EL APELLIDO Y MARCHÓ CONTRA EL 2X1
"Salir de la sombra de ese hijo de puta"
Rompió relación con su padre hace más de treinta años. “A mí me bochaban en los exámenes por el apellido y volvía a casa con un ataque de angustia”, aseguró, y señaló "Hay que tener la memoria despierta. Me siento acompañada porque somos millones”, en una entrevista con la revista Anfibia.
Etchecolatz, cuando fue condenado a perpetua por sus crímenes en la dictadura.
Hoy se llama Mariana D., pero hasta hace un año su apellido era Etchecolatz. Después de un largo trámite judicial pudo desligarse del apellido de uno de los represores más emblemáticos de la última dictadura: el comisario Miguel Etchecolatz. Su padre.
Mariana concedió una entrevista a la Revista Anfibia, y contó su historia, que tuvo su más reciente capítulo el miércoles pasado, cuando marchó contra el fallo de la Corte Suprema, que le permitiría pedir el 2x1, entre otros, al comisario que fue la mano derecha de Ramón Camps en la represión a cargo de la policía de la provincia de Buenos Aires.
En sus recuerdos de infancia, en los años del terrorismo de Estado, el comisario era una presencia casi inexistente en su hogar. Se la pasaba fuera de casa toda la semana, y las escasas horas que estaba allí sólo miraba televisión, de muy mal humor, maltratando a la familia.
“Las personas que nos rodeaban decían ‘qué capo es tu viejo’. No había quienes nos dijeran ‘mirá este hijo de puta lo que hizo’. Una vez que escuché un testimonio en un juicio ya no me hizo falta nada más. Hasta hoy me da aberración”, contó Mariana sobre el momento en que supo acerca de la implicación de su padre en la represión.
“Todos nos liberamos de Etchecolatz después de que cayó preso por primera vez, allá por 1984. Vivíamos en Brasil porque era jefe de seguridad de los Bunge y Born, y regresó pensando que era un trámite, como si la Justicia no le llegara a los talones. Al principio lo visitábamos, pero después mi madre, María Cristina, pudo decirle en la cara que íbamos a dejar de verlo. Ella siempre nos protegió de ese monstruo, si no hubiera sido por su amor, no podríamos haber hecho una vida”, agregó la mujer de 46 años, que es psicóloga. “Su sola presencia infundía terror. Al monstruo lo conocimos desde chicos, no es que fue un papá dulce y luego se convirtió. Vivimos muchos años conociendo el horror. Y ya en la adolescencia duplicado, el de adentro y el de afuera. Por eso es que nosotros también fuimos víctimas. Ser la hija de este genocida me puso muchas trabas”.
Su infancia la pasó en La Plata, en los momentos más duros de la represión. Bajo la excusa de la seguridad, debió cambiar de colegio una vez al año, y confraternizó con los hijos de otros represores, como Camps y el médico Jorge Bergés. “Los hijos de Bergés o de Camps al menos recibieron algo de amor, nosotros, nada”. No recuerda un gesto cariñoso, en un hogar en el que imperaba el miedo.
La angustia se extendió por años.”Lo terrible es que con mis hermanos nos refugiamos en el anonimato por la sombra de ese hijo de puta. Ellos no lo soportaron y se fueron de la ciudad, yo decidí quedarme. Vivir así es duro, humillante. A mí me bochaban los exámenes por el apellido y volvía a casa con un ataque de angustia”. También le retiraban el saludo por portación de apellido.
El fin de la relación llegó en 1985, cuando comenzaron los problemas judiciales para el comisario y cayó preso. Recién fue condenado en 2006, en una causa que dejó una rémora del terrorismo de Estado: la desaparición de Jorge Julio López, testigo clave, la víspera de la lectura de la sentencia a perpetua. “Me temo que aún sigue sosteniendo poder desde la cárcel, no es un ningún viejito enfermo, lo simula todo”, aseguró al respecto.
Sobre el cambio de apellido que le autorizó la Justicia consideró que “siento calma, perdí el miedo y adquirí la madurez necesaria. Lo de la marcha fue conmovedor. Hay que tener la memoria despierta. Me siento acompañada porque somos millones”. 
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