22 de diciembre de 2025

 

El interés de Trump por Venezuela no es únicamente por su petróleo


La clave geopolítica fundamental del presente gobierno de Donald Trump es el repliegue de Estados Unidos del continente europeo, la preparación del Pacífico como el principal ámbito de disputa contra China por el control del comercio global, y la recuperación plena de América Latina como región proveedora de recursos estratégicos y, fundamentalmente, energéticos.

Por estas horas, el Caribe es el primer escenario que Washington pretende hegemonizar, como parte de su Destino Manifiesto, sentando de este modo las bases de su renovada geopolítica. Pero un proyecto global de esta naturaleza requiere antes doblegar políticamente a Caracas y obtener sus codiciadas reservas vitales, sin las cuales difícilmente pueda desafiar con éxito a Beijing.

Pese a lo declamado por Trump y sus principales funcionarios, el eje de la disputa no es por el narcotráfico sino por el control de inmensos recursos hidrocarburíferos, ya que Venezuela posee las mayores reservas de petróleo del mundo, calculadas en más de 300 mil millones de barriles. Sin embargo, no es esa su única riqueza subterránea.

Junto con el petróleo, el interés de los Estados Unidos apunta a los minerales críticos y, particularmente, a las tierras raras, un recurso clave de la política exterior de la Casa Blanca en las relaciones con China, pero también con Ucrania, con Asia Central, con Arabia Saudita y, por lo visto, también con Venezuela.

Se trata de 17 elementos metálicos que constituyen los componentes fundamentales de la moderna industria de la defensa, como son los casos del hardware de inteligencia artificial, las baterías de los vehículos eléctricos, las turbinas eólicas, los vehículos aéreos no tripulados, las municiones guiadas de precisión, las armas hipersónicas, los módulos electrónicos de los F-35, los sistemas de radar Patriot y las líneas de producción de semiconductores.

Resulta claro que metales como el tantalio, el niobio, el galio, el germanio y el grafito sustentan las capacidades bélicas modernas de las principales potencias del globo y, más ampliamente, las industrias de alta complejidad y a la vanguardia del desarrollo científico y tecnológico.

En la actualidad, China domina todas las etapas de la cadena de suministro de minerales críticos, controlando aproximadamente el 70% de la minería mundial y produciendo hasta el 90% de los elementos de tierras raras procesados del mundo.

Frente al poderío chino y su dominación en el mercado internacional, la vulnerabilidad de Estados Unidos es insoslayable. Washington requiere casi por completo de fuentes extranjeras para la mayoría de los minerales críticos, y esta dependencia se concentra, en un 70%, en China.

En medio de la precaria tregua de la guerra comercial, y frente a las actuales políticas arancelarias impuestas desde la Casa Blanca, Beijing fijó pocos meses atrás una serie de restricciones a la exportación de doce minerales “pesados” de tierras raras, cruciales para la industria de defensa impulsada desde el Pentágono. No casualmente, este período coincide con la actual ofensiva bélica de Estados Unidos contra Venezuela en la búsqueda de fuentes alternativas de abastecimiento.

Los yacimientos de coltán fueron descubiertos en 2009, durante el gobierno de Hugo Chávez, en la cuenca Amazónica: la presencia de “oro azul” está valorada en cientos de miles de millones de dólares y otorga a la región un valor estratégico incalculable. Frente a las implicaciones estratégicas y geopolíticas de ese descubrimiento, en 2016 el presidente Nicolás Maduro firmó el decreto del Arco Minero del Orinoco por el que se designaron 112 mil km² para su explotación, seleccionando áreas específicas para la extracción de coltán bajo control del Estado.

Algo similar ocurre en el Escudo Guayanés, en el oriente venezolano, al tratarse de uno de los fragmentos continentales más antiguos de planeta que, además de tierras raras, alberga enormes depósitos de estaño y de tungsteno. Demasiado para la codicia imperial de la Casa Blanca.

La riqueza subterránea de Venezuela se presenta para Washington como el principal salvavidas para eludir la dependencia de China en torno a los minerales críticos. Y como ocurre con el petróleo, su abundancia se convierte en sinónimo de intervención y, eventualmente, también de conquista y de despojo. Tampoco aquí faltan los argumentos que desde Washington se esgrimen para justificar una ofensiva directa.

En este caso, desde el gobierno de Trump se insiste con que el noroccidente del estado Bolívar, donde se encuentran la mayoría de las minas de tierras raras, está gobernado en la práctica por el Frente José Daniel Pérez Carrero del ELN y por el grupo disidente de las FARC Frente Acacio Medina de la Segunda Marquetalia. Ambas organizaciones son caracterizadas por el Departamento de Estado como terroristas y vinculadas, además, con el narcotráfico, la trata de personas, el abuso laboral y, en términos más amplios, con la degradación ambiental producto de la extracción intensiva de recursos estratégicos.

Desde Washington se asegura que China aprovecha esta presunta falta de supervisión del gobierno de Maduro para comprar e importar una cantidad todavía mayor de tierras raras a las que ya posee en su propio territorio reforzando, de ese modo, su predominancia en el mercado internacional. Así, la presunta pertenencia de Maduro al Cártel de los Soles y al narcotráfico se vería reforzada por la actuación, tierra adentro, de bandas terroristas bajo el discreto amparo de Beijing…

En términos amplios, una disputa entre Estados Unidos y China por Venezuela aceleraría la fusión de la geopolítica petrolera con la geopolítica del suministro de minerales, situando de ese modo al rico país caribeño en el centro de un eventual enfrentamiento militar por las tierras raras, los recursos energéticos y las cadenas de suministro a nivel planetario.

Los principales actores políticos y económicos de Estados Unidos también han reforzado la importancia estratégica de Venezuela. Para las corporaciones mineras, los contratistas de defensa y los multimillonarios tecnológicos, la nación sudamericana sólo es evaluada como una estratégica cantera de recursos útil para que Estados Unidos fortalezca su autonomía frente a China.

De ahí que en estos últimos meses el gobierno de Trump esté forjando cada vez más alianzas financieras con aquellas corporaciones dedicadas a la extracción y procesamiento de los minerales críticos: el caso más evidente es el de la MP Materials, de la que el Pentágono se convirtió en accionista mayoritario luego de invertir en esta empresa más de 400 millones de dólares.

Venezuela además está en la mira de otras compañías mineras especializadas en este tipo de recursos como USA Rare Earth, Cove Capital, Critical Metal, junto con dos startups en rápida expansión: ReElement y Vulcan Elements, ésta última directamente ligada a Don Trump Jr.

Recientemente, Joshua Ballard, director ejecutivo de USA Rare Earth, lo expresaría sin ambigüedades: “Este es el momento del Proyecto Manhattan para las tierras raras”. Una analogía extraña, preocupante y, al fin y al cabo, también inquietante, en el que la producción de la bomba atómica para poder fin a la Segunda Guerra Mundial sería equiparable al momento actual en el que Estados Unidos podría encarar una arremetida bélica directa contra Venezuela.

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