3 de noviembre de 2016

Crónica de un naufragio anunciado

Por Diego Hurtado *
El Presupuesto para Ciencia y Tecnología finalmente elevado por el Gobierno para 2017 significa un grave retroceso. Los 1280 millones que se sumaron a último momento como “compensación” dejan la función ciencia y técnica 3000 millones de pesos por debajo del mínimo indispensable para repetir el presupuesto 2016.
Esta reversión contradice las promesas de Macri de llevar la inversión en CyT a los niveles de países como Irlanda (1,5% del PBI). En el primer presupuesto aprobado durante su gestión revierte la tendencia hacia cifras de subdesarrollo. Este retroceso también contradice los objetivos del Plan Argentina Innovadora 2020, presentado por el propio Barañao en 2012, donde una de las metas para 2020 era llegar a 5 científicos, tecnólogos y becarios cada 1000 habitantes de la población económicamente activa, cifra indispensable para un país en desarrollo (hoy la Argentina llega a 3).
Es decir, no rebalsan los científicos y tecnólogos. Tampoco su situación es cómoda. Pensemos que una beca de CONICET ronda los 1500 pesos y un investigador, luego de 7 años de beca y un doctorado finalizado, tiene un salario de 21 mil pesos. Este escenario plantea un inminente nuevo ciclo de migración de científicos, especialmente de los jóvenes. ¿Es necesario recordar que cada ciclo de fuga de cerebros en la Argentina coincidió con los períodos más oscuros de su historia económica, política y cultural?
El daño parece sistémico, si además se considera que este retroceso ocurre en un momento en que la actividad industrial muestra una caída de 4,7% en los primeros ocho meses de 2016, según la Unión Industrial Argentina.
Ahora bien, el gobierno de Macri tampoco quiere una industria satelital nacional, a juzgar por su violación de la Ley 27.208 de Promoción de Industria Satelital. Ni laboratorios públicos que puedan atemperar los precios de los medicamentos más necesarios, al violar la Ley 27.113, que crea la Agencia Nacional de Laboratorios Públicos (ANLAP). Tampoco quiere desarrollo nacional de “tecnologías verdes”, dado que la licitación de 1000 MW, que supone una inversión pública de 1800 millones de dólares, deja afuera a las más de 70 pymes que se esforzaron en los últimos años en invertir en nuevas capacidades. Incluso la empresa IMPSA, del grupo Pescarmona, que no es una pyme, le reclama al gobierno.
Pero entonces, ¿cómo espera este gobierno producir valor económico y generar puestos de trabajo para reducir los niveles de pobreza y desocupación? Los ministros de CyT insisten desde hace algunos meses en hablar de “emprendedorismo”. ¿Qué es esto? Es un término que en los años noventa se utilizó para promover el éxito individual en un escenario de disgregación social y económica. Hoy se intenta resucitar el emprendedorismo para promover una actitud voluntarista, desconectada de la realidad socioeconómica, emparentada con la cultura de los gurúes, que se puede aplicar para hacer dieta o para impulsar una empresa. Es la variante neoliberal con la que Cabrera y Barañao buscan reemplazar nociones como “política industrial” o “políticas de ciencia y tecnología”.
La economista Mariana Mazzucato, que compartió un panel con Cabrera y Barañao en su visita a la Argentina hace unos meses, explicaba que la empresa “Apple fue capaz de subirse a la ola de la inversión masiva del Estado en tecnologías ‘revolucionarias’”, como Internet, GPS, las pantallas táctiles y otras tecnologías de la comunicación. Sin “la mano bien visible del Estado”, los atributos individuales de Steve Jobs “podrían haber conducido solamente a la invención de un nuevo juguete”.
Pero en lugar de las lecciones de la economía de la innovación, los ministros parecen elegir a Margaret Thatcher, cuando explicaba que “la sociedad no existe. Hay individuos, hombres y mujeres [...]”. El emprendedorismo aparece ahora como la nueva teología que quiere hacernos olvidar que el conocimiento útil que necesita un país es un activo estratégico que requiere de instituciones y políticas públicas que coordinen su producción y su integración a la matriz productiva y al desarrollo social.
Con la proa puesta hacia el siglo XIX, el presupuesto aprobado para 2017 consolida las actividades agropecuarias, mineras y financieras especulativas. Como explicaba hace años Aldo Ferrer, este proyecto deja afuera a 20 millones de argentinos. Como los peores alumnos de la clase, Macri, Cabrera y Barañao están decididos a repetir todos los errores y a elegir el camino fácil: vender soja, comprar tecnología importada e iniciar un nuevo ciclo de fuga de cerebros. Claro que la balanza de pagos no cierra, pero por suerte (o gracias a la pesada herencia) podemos endeudarnos.
* Miembro del directorio de la ANPCyT - MINCyT.
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