22 de mayo de 2022

 

Lluvia de realidad y continuidad política

El debate político sigue atorado en la falsa dicotomía entre crecer y distribuir. Y la disputa está lejos de haber terminado. Opciones para la Argentina en un tiempo y un mundo turbulento,

Claudio Scaletta

El debate político sigue atorado en la falsa dicotomía entre crecer y distribuir. La disputa está lejos de haber terminado. Siguiendo las predicciones más evidentes realizadas en febrero, la conflagración en Ucrania provocó una aceleración de la inflación mundial a partir de la suba de los precios de las commodities agropecuarias y energéticas, fenómeno que, como suele ocurrir, se amplificó en la economía local. 

Debe insistirse en que lo que sucedió no fue un resultado sorpresivo, es lo que se sabía ocurriría. No hace falta siquiera ponerle números, es conceptual. Los precios de las commodities agropecuarias y energéticas ya venían creciendo por las restricciones en las cadenas de suministros provocadas por la pandemia y la recuperación de la demanda en las principales economías, era obvio que una guerra en el escenario de uno de los principales proveedores agropecuarios de Europa y que involucraba al principal proveedor de gas del viejo continente daría lugar a la actual disparada de precios.

Que los hacedores de política no se adelanten a fenómenos económicos predecibles puede considerarse mala praxis. Al parecer, parte del equipo económico creyó que el camino era aguantar el cimbronazo de precios de los primeros meses de la guerra y esperar que la persecución de la presunta estabilidad macro a partir del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) estabilice las variables. La visión, que aun subsiste, es que a través de una corrección del déficit fiscal y de la asistencia del Banco Central al Tesoro los precios comenzarían a desacelerarse. No sucederá por una razón también evidente: esas variables, aunque importantes, no son las causas de la inflación local.

Como se sostiene persistentemente en este espacio la inflación “no es multicausal”, es un fenómeno de costos, de variación de los precios básicos, que son los salarios, las tarifas y el tipo de cambio. En 2021, si bien hubo aumento nominal del dólar, se dejaron correr algunas tarifas, como por ejemplo los precios de los combustibles, y la puja salarial continuó, las tres variables se mantuvieron por debajo de la inflación total del período, jugaron un papel, pero no explicaron la totalidad de la suba. El diferencial fue explicado por la inflación importada. En 2022 el proceso continuó y sumó el shock de la guerra en el este de Europa. El resultado fue la aceleración inflacionaria.

Esta realidad convive con otros fenómenos económicos. Gracias al impulso del Gasto primero, incluida la infraestructura, y de algunas políticas sectoriales, el Producto Bruto Interno manifestó un fuerte crecimiento relativo. En ello influyó también la expansión de la construcción privada, que traccionó a algunas ramas industriales. Sin embargo, el rápido crecimiento de la productividad no se tradujo en aumento de salarios, fenómeno que se yuxtapuso a la aceleración inflacionaria. Lo expuesto conduce a dos síntesis provisorias. La primera es que se profundiza un retraso salarial a pesar del aumento de la productividad. La segunda es que la mayor inflación agrava el problema. La conclusión preliminar es que se necesitan hacer dos cosas: encontrar instrumentos para separar los precios locales de los internacionales y recomponer los ingresos de los salarios que no pueden ser mejorados en paritarias.

Se sabe que el mejor instrumento para separar precios internos de los internacionales son las retenciones. También que en el contexto actual una suba de las retenciones debería pasar por el Congreso donde sería seguramente rechazada. Ello conduce a repensar la realidad, a reconciliarse con ella. El oficialismo perdió las elecciones de medio término y el resultado concreto de la derrota fue que perdió las mayorías legislativas. El panorama del presente es similar al de los tiempos sombríos del Grupo A. El gobierno ya sabe, aunque a veces no lo haga evidente en su discurso, que deberá gobernar el tiempo que le resta de mandato sin el Congreso. Cualquier medida o transformación que demande intervención legislativa se enfrentará al rechazo. Por ejemplo nunca pasará por el Congreso el tributo a la “renta inesperada”. En el mejor de los casos, como ocurrió con el acuerdo con el FMI, estar en minoría obliga a negociaciones contra natura que degradan la integridad del Frente.

Asumido que en el tiempo que resta de mandato no se puede hacer nada que demande la voluntad mayoritaria del Congreso, también debe asumirse que el Ejecutivo de un sistema presidencialista tiene más poder del que normalmente se cree. Y ello aun incluyendo otro dato negativo de la realidad, como lo es que también jugará siempre en contra el híper politizado Poder Judicial. Dicho de otra manera, para ejercer su poder efectivo el Ejecutivo necesitará mucha muñeca, pero a la vez se encuentra compelido a ejercerlo. A su favor contará con el común de los votantes, esos que quieren ver al Ejecutivo gobernando y no dando señales de impotencia. Por ejemplo, si el Ejecutivo no puede subir retenciones, si puede en cambio establecer cupos de exportaciones a una multitud de productos del agro, cupos lo suficientemente estrictos como para que el agro le ruegue que los cambie por retenciones más altas. Parece claro que las medidas de media máquina, es decir “no extraordinarias” para tiempos extraordinarios, como los fideicomisos para un solo producto, no son una solución, sino apenas un paliativo.

Las acciones posibles son múltiples. Si la única vía para mejorar salarios es esperar que lo resuelvan las paritarias o el crecimiento de mediano plazo podría ocurrir que los gremios fuertes consigan aumentos significativos, que esas subas salariales aceleren la inflación y con ello bajen los ingresos de los sectores informales. La alta inflación de los últimos meses también demanda medidas extraordinarias, como por ejemplo decretar aumentos del salario mínimo y de suma fija.

Finalmente queda el comportamiento de los otros dos precios básicos, tipo de cambio y tarifas. Aquí no se puede descartar el peso del acuerdo con el FMI que encorseta las soluciones. 

Si el tipo de cambio, como se acordó con el Fondo, corre junto con la inflación sucederán tres cosas: 1) la retroalimentará y 2) no permitirá la recuperación de los salarios 3) la devaluación nominal seguirá desalentando el ingreso de capitales, en tanto devalúa en dólares el valor de las inversiones. Es necesario grabarse a fuego la relación entre tipo de cambio, salarios y ganancias. A mayor devaluación mayor tasa de ganancia, a mayor revaluación mayores salarios. Una manera rápida de mejorar salarios en la apreciación nominal del tipo de cambio, situación que demanda dos cosas, 1) contar con reservas suficientes y/o promover el ingreso de capitales, 2) aguantarse el grito en el cielo de los empresarios por el aumento de los salarios en dólares. 

Respecto de las tarifas, moverlas también es inflacionario, pero no hacerlo distorsiona costos y acumula déficit. No obstante, un contexto de aceleración inflacionaria como el presente debería invitar a ser muy cautos con el movimiento de esta variable.

La síntesis provisoria pone en primer plano a la urgencia por sobre la técnica. Una cosa es el deber ser de las acciones económicas para corregir los problemas fundamentales y otra la sustentabilidad política del gobierno. Cada mes –sí “cada mes”– que se demora en corregir los ingresos más retrasados de la población se aleja la posibilidad de continuidad de la actual administración a partir de 2023, panorama que abre un verdadero abismo para el futuro de la Argentina. Si alguien cree que fenómenos como el esperpento político Milei son el resultado de complejos procesos histórico sociales se equivoca. Milei es el único que en cada aparición pública expresa estados de furia contra todo, que es lo que seguramente experimentan los nuevos trabajadores formales pobres o los más marginados por el sistema, de ahí su crecimiento no sólo entre los neoliberales más conservadores, sino entre las clases más desfavorecidas. Milei, más allá de ser un producto de marketing ideológico con miles de horas en los medios audiovisuales, no expresa un cambio ideológico en la sociedad, sino que manifiesta una de las formas más primitivas del descontento.-

El Destape


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