Confirmado: La sesión de expulsión de Kueider fue válida y el país estuvo acéfalo por 7 horas
La polémica sobre la supuesta invalidez de la sesión que expulsó al exsenador Edgardo Kueider quedó desmentida con un documento oficial. La vicepresidenta Victoria Villarruel firmó el traspaso de mando horas después de concluido el debate en el Senado, dejando en evidencia las internas y la falta de organización dentro del gobierno de Javier Milei.
(Por Osvaldo Peralta) La crisis política desatada por la expulsión del senador entrerriano Edgardo Kueider alcanzó nuevas dimensiones esta semana cuando el acta de traspaso de mando entre Javier Milei y Victoria Villarruel se convirtió en prueba clave para desmentir los argumentos del Ejecutivo. Según el documento, difundido por el diputado Maximiliano Ferraro, Villarruel asumió el Poder Ejecutivo a las 19 horas del jueves 12, es decir, mucho después de concluida la sesión en la que el Senado votó por amplia mayoría la destitución de Kueider, acusado de contrabando y detenido en Paraguay.
La controversia comenzó cuando Milei, desde Italia, calificó la sesión de "inválida", argumentando que Villarruel ya había sido notificada de su viaje y, por tanto, no podía ejercer simultáneamente como vicepresidenta del país y presidenta del Senado. Sin embargo, las declaraciones del mandatario, amplificadas por su ejército de trolls en redes sociales, fueron rápidamente desmentidas por el acta oficial, que dejó al descubierto el verdadero desorden administrativo del libertarismo en el poder.
El intento de invalidar la sesión que terminó con la expulsión de Kueider también expuso profundas fisuras en la relación entre Milei y Villarruel. Mientras el presidente intentaba proteger al senador entrerriano, cuyo voto fue clave para la aprobación de la polémica Ley de Bases, la vicepresidenta lideró una sesión que reflejó la voluntad del Senado de desvincularse de un legislador envuelto en un escándalo de proporciones internacionales.
El documento difundido por Ferraro señala que la escribanía general de gobierno notificó a Villarruel a las 19 horas sobre la partida de Milei a Italia. Esto confirma que la sesión, iniciada y concluida antes de esa hora, se realizó en condiciones plenamente válidas. Incluso el gesto de Villarruel de delegar momentáneamente la presidencia del Senado a Bartolomé Abdala para atender una llamada fue interpretado por el oficialismo como prueba de que conocía el viaje de Milei.
La narrativa libertaria se desmoronó cuando la Casa Rosada, al percatarse de la acefalía que la propia imprudencia de Milei había generado durante siete horas, decidió abandonar el tema. Sin embargo, el daño ya estaba hecho: las internas y la improvisación quedaron al descubierto.
Detrás del intento de Milei por anular la sesión se ocultan intereses políticos que trascienden el caso Kueider. Santiago Caputo, uno de los asesores más cercanos al presidente, había impulsado al ahora exsenador como presidente de la Bicameral de Inteligencia, un puesto estratégico en el Senado. La caída de Kueider representa un golpe al poder de maniobra de Caputo y a los planes del gobierno para consolidar su influencia en el Congreso.
La maniobra oficialista incluyó la filtración de supuestas conversaciones entre Villarruel y su equipo, en las que se afirmaba que había sido notificada por correo electrónico horas antes de la sesión. Sin embargo, esta estrategia se desinfló cuando Ferraro presentó el acta y las inconsistencias del relato libertario quedaron en evidencia.
El caso no solo expone la falta de coordinación en el traspaso de mando entre Milei y Villarruel, sino también una alarmante tendencia del libertarismo a priorizar sus intereses políticos sobre la legalidad y la transparencia.
La improvisación en la gestión del poder evidencia un gobierno incapaz de cumplir con los procedimientos básicos de administración estatal, un hecho que genera incertidumbre tanto a nivel nacional como internacional.
La destitución de Kueider y el intento fallido de salvarlo no solo dañaron la imagen del gobierno de Milei, sino que también profundizaron las divisiones internas. Villarruel, quien hasta ahora había mantenido un perfil subordinado frente al presidente, emerge como una figura capaz de desafiar las inconsistencias de su propio espacio político, mientras Milei pierde terreno en su intento de controlar el relato.
El desenlace de este episodio deja una lección clara: la falta de planificación y el oportunismo político no solo afectan la gobernabilidad, sino que también erosionan la confianza pública en un gobierno que prometió orden y transparencia, pero que hasta ahora ha demostrado lo contrario.
EN ORSAI
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