27 de mayo de 2025

Argentina rompe con la OMS: una retirada sanitaria dictada por el negacionismo

El gobierno de Javier Milei oficializó la salida de Argentina de la Organización Mundial de la Salud en plena crisis sanitaria. Mientras crecen los brotes de enfermedades y resurgen cepas de COVID, se promueve la desinformación, se desmontan protocolos y se recibe con honores a un negacionista global de las vacunas



En una decisión sin precedentes y con consecuencias potencialmente catastróficas, el gobierno argentino anunció su retiro de la OMS. Lo hizo mientras recibía con honores al antivacunas Robert Kennedy Jr., en una escena que pone a la salud pública en manos del fundamentalismo ideológico. La periodista científica Nora Bär denuncia el vaciamiento del Ministerio de Salud, la falsificación de hechos y el retorno a políticas sanitarias que ignoran principios éticos básicos. La salida de la OMS, advierte, deja a la Argentina "a la intemperie" frente a nuevas amenazas sanitarias globales.


Nota completa:

El gobierno de Javier Milei concretó lo que hasta hace unos meses parecía una amenaza absurda: retirarse de la Organización Mundial de la Salud. Lo hizo con estruendosa torpeza, en un contexto de desregulación sanitaria, sin planes de vacunación vigentes y mientras el sarampión reaparece en el país tras décadas de control. A tono con su política de Estado ausente, el Ministerio de Salud eligió este momento para enviar un mensaje de ruptura, desinformación y aislamiento internacional. En paralelo, el lobby negacionista pisa fuerte: Robert Kennedy Jr., emblema del movimiento antivacunas, fue recibido como una autoridad sanitaria en Casa Rosada.

“Una mala noticia atrás de otra”, resume con crudeza la periodista científica Nora Bär. Lo dice sin eufemismos: el comunicado del Ministerio tras la reunión con Kennedy es "falaz", "confuso" y deliberadamente engañoso. Una maniobra retórica que, según Bär, mezcla tergiversaciones con decisiones políticas de altísimo riesgo.

El texto oficial afirma, por ejemplo, que se revisará el uso de “autorizaciones rápidas para medicamentos de alto costo”. Suena razonable, hasta que uno descubre —como explica Bär— que eso nunca existió. No hay tal cosa. “Es falso. Nunca hubo autorizaciones rápidas para medicamentos de alto costo. Al contrario, siempre pasaron por controles muy estrictos”, explica. Pero el mensaje está diseñado para confundir, para instalar la idea de una industria farmacéutica desbocada que requiere una revisión ideológica, no científica.

Ese mismo comunicado oficializa la salida de Argentina de la OMS. Una decisión tan absurda que parece escrita para el show de un influencer libertario antes que para una política de Estado. Porque, como recuerda Bär, 194 países integran la OMS. Solo Liechtenstein —una micronación irrelevante— permanece fuera. Y ahora, a ese club marginal, se suma la Argentina de Milei.

La retirada se produce justo después de que la OMS aprobara un nuevo acuerdo global para coordinar respuestas sanitarias ante pandemias y brotes. Un avance histórico tras tres años de arduas negociaciones. Argentina, que debería estar celebrando ese paso, decide marginarse. “Nos deja a la intemperie”, advierte Bär. Nos condena al aislamiento en momentos en que el mundo comienza a detectar nuevas cepas de COVID y emergen brotes preocupantes en Asia y América Latina.

Pero no se trata solo de ignorar consensos científicos globales. El documento oficial va más allá: propone revisar todas las vacunas y restringir su aprobación a aquellas que pasen por ensayos clínicos con placebo. Bär estalla: “Eso es inaceptable desde el punto de vista ético. Está prohibido, hace décadas, probar vacunas con placebo cuando ya existen vacunas eficaces”. El protocolo internacional, avalado por bioeticistas y organismos regulatorios de todo el mundo, establece que toda nueva vacuna debe compararse con el mejor tratamiento disponible. Nunca contra un placebo, porque eso implicaría negar deliberadamente protección a una población en riesgo.

La maniobra, en apariencia técnica, es en realidad profundamente ideológica. Porque reinstala el discurso antivacunas bajo una fachada de revisión científica. Y pone en duda décadas de consensos construidos sobre evidencia, cooperación y salud pública. Es una claudicación ante el fundamentalismo y una traición a los principios éticos más elementales del cuidado sanitario.

La presencia de Robert Kennedy Jr. como telón de fondo no es casual. Kennedy, hijo del senador estadounidense asesinado en 1968, se ha convertido en una celebridad de la pseudociencia. En Estados Unidos fue uno de los principales voceros contra la vacunación durante la pandemia, promoviendo ideas tan peligrosas como absurdas: desde el uso de vitaminas para frenar el sarampión, hasta teorías conspirativas sobre Bill Gates y el 5G. Su retórica ya ha causado daños tangibles: tras años de desinformación, Estados Unidos registró las primeras muertes por sarampión en décadas.

Ese es el personaje que hoy asesora informalmente al gobierno argentino. No en privado, sino con fotos, homenajes y comunicados oficiales. Su visita fue la antesala del anuncio de ruptura con la OMS, como si la salud pública argentina pudiera regirse por las creencias de un negacionista mediático y no por la evidencia científica.

La ministra de Salud, que debería ser la garante de la ciencia y la salud colectiva, opta por el silencio o la complicidad. Mientras los brotes resurgen, los centros de vacunación se vacían, y la ANMAT ve recortadas sus funciones, el discurso oficial se vuelve cada vez más peligroso. “No se entiende. Es de no creer”, dice Bär. Pero sí se entiende, si se acepta que hay un plan deliberado de desmantelamiento. Un vaciamiento que no es torpeza, sino ideología. La ideología de la antipolítica, de la desregulación como fetiche, de la ciencia convertida en enemigo público.

Los efectos no se harán esperar. Con un Estado ausente, sin protocolos, sin acuerdos internacionales y con un discurso antivacunas legitimado desde el poder, Argentina se vuelve un blanco fácil para cualquier emergencia sanitaria. Y mientras el mundo refuerza sus redes de contención global, el país se retira al vacío. Literalmente.

Con esta decisión, el gobierno de Milei no solo pone en riesgo a los sectores más vulnerables —los que dependen del sistema público de salud—, sino que compromete la seguridad sanitaria de toda la población. Porque los virus no respetan ideologías ni fronteras. Y porque no hay “libertad” posible si el Estado renuncia a su deber más básico: cuidar la vida.

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