18 de junio de 2025

En la vereda de la historia: Testimonio de un vecino de Cristina Kirchner

Un vecino de Cristina Fernández de Kirchner relata cómo la condena judicial contra la ex presidenta transformó su barrio en un epicentro político y humano. Entre bombos, balcones y gratitud, la historia se escribe en vivo.


Mientras los jueces del poder real intentan borrar a Cristina Fernández de Kirchner del mapa político argentino, en una esquina del barrio Constitución florece algo más fuerte que la indignación: la certeza de estar viviendo un momento histórico. Un vecino, músico y cronista espontáneo, cuenta cómo la vida al pie del balcón se transformó en una trinchera de gratitud popular y vigilia democrática.

Por En Orsai

Hay esquinas que guardan secretos, otras que trafican miserias. Pero hay una, en San José y Humberto Primo, que desde hace unos días irradia historia. No la historia que escribe el poder judicial a medida del Círculo Rojo, sino la que se susurra en las ollas populares, en los cánticos emocionados, en los bombos que se niegan a callar. Allí vive el “vecino de Cristina”, un músico anónimo devenido cronista involuntario de un presente que no deja dormir, ni por ruido ni por intensidad.

“Yo sabía que Cristina vivía acá. La custodia estaba en la puerta de casa. Pero lo que pasa ahora es otra cosa. No podés seguir viendo una serie cuando tenés la historia golpeándote la persiana”, dice. No es metáfora: desde que la Corte Suprema confirmó la prisión domiciliaria de la ex presidenta, el barrio mutó en epicentro político, plaza de la memoria, y fogón de resistencia.

El vecino, que se define como músico y no como fotoperiodista, creó una cuenta de Instagram que rápidamente se volvió fenómeno: “@vecinodecristina”. Desde ahí documenta, desde el llano, lo que los grandes medios prefieren esquivar: la dimensión humana, real, palpable, de lo que significa para decenas de miles de personas ver a Cristina proscripta por el aparato judicial.


El fallo de los cortesanos, la reacción del pueblo

El día del fallo judicial fue una explosión. No solo en las redes ni en Comodoro Py. Fue una explosión en la puerta de una casa. Y en las emociones de un país. “Mi primer impulso fue salir a vender sanguchitos. Después me di cuenta de que no. Que esto no era para lucrar, sino para registrar. Para estar. Porque lo que pasa acá no se va a repetir. Esto lo van a estudiar nuestros nietos.”

Ese registro sentimental, visceral, que se cuela entre los relatos institucionales, incomoda. Porque no hay condena judicial que tape el afecto, ni Corte que borre los lazos. “Viene gente con un nivel de agradecimiento impresionante. Y también gente dolida, golpeada. Muchos se quedaron desde el día del fallo. No se fueron más.”

¿Se puede convivir con el ruido, con los bombos, con los fogones? El vecino lo explica sin eufemismos: “Sí, claro que jode. Volvés del súper con olor a acampamento. Pero también sabés que estás en el centro de algo mucho más grande. Que esto no es solo una protesta. Es historia en vivo.”


El barrio como termómetro del país

Constitución siempre fue zona caliente. “Acá estacionan los micros antes de ir a Plaza de Mayo. Siempre estuvo atravesado por la política.” Pero lo de ahora es distinto. “Viene gente porque quiere estar, porque la siente a Cristina como parte de su historia. No es un operativo armado, se nota.”

Mientras los medios hegemónicos repiten la cantinela del “ruido y la molestia”, los vecinos se dividen entre los que resisten con alegría y los que murmuran entre quejas. Pero incluso entre estos últimos, hay una intuición compartida: algo importante está pasando.


Cristina en el balcón, el pueblo en la vereda

“Desde que pasó todo esto, se asoma mucho más seguido. A veces dos veces por día.” El balcón, ese lugar simbólico en la política argentina, vuelve a estar cargado de sentido. No solo como espacio escénico, sino como punto de conexión entre la líder y su pueblo.

Pero la Justicia, en su letra fría y ambigua, quiso incluso regular eso: en la resolución no quedó claro si Cristina podrá usar su propio balcón. Una jueza llegó a sugerir que debía evitar conductas que “perturben a los vecinos”. Como si el acto de asomarse a saludar al pueblo fuera un gesto disruptivo. Como si fuera más molesto un saludo que una persecución política.


El país real contra la ficción institucional

Mientras el Círculo Rojo se alarma porque la causa Cristina podría “revivir al peronismo” y “debilitar la seguridad jurídica”, en la vereda de San José al 1100 se vive otra lógica. Una donde no hay especulación electoral, sino fidelidad afectiva. Una donde no hay cálculo, sino memoria.

“El barrio no está dividido entre kirchneristas y antikirchneristas. Está atravesado. Hay quienes putean, claro. Pero hasta esos saben que esto es histórico. Lo huelen. Lo sienten. Y en el fondo, no pueden dejar de mirar”, cuenta el vecino.

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¿Quién tiene miedo al pueblo agradecido?

La escena es incómoda para el poder. No es una militancia rentada ni un operativo de marketing. Es el pueblo. Es la vecina que deja flores. El jubilado que vino de lejos. El pibe que filma. El músico que canta bajito en la esquina. Gente real, con emociones reales.

Y eso, en tiempos de odio organizado y proscripción mediática, es dinamita.

“Esto no va a parar. Tal vez baje un poco. Pero mientras Cristina esté ahí, nosotros también vamos a estar”, dice el vecino. No habla por todos. Pero sí por muchos.

Y en ese decir sencillo, hay una verdad que ni mil fallos judiciales podrán borrar.

EN ORSAI

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